domingo, 15 de septiembre de 2013

Verano...no sé cómo despedirte.


Destruiste todos los límites en el mismo instante en el que decidiste formar parte de mi vida.  El nopuedo y el nodebo se rindieron a los pies del quiero, y todo, absolutamente todo resultaba más sencillo de lo habitual, a tu lado. Aprender a volar sólo dependía de lo fuerte que me agarrases de la mano. O algo así. Tenía esa sensación porque cuando me soltabas era como precipitarme violentamente hacia el vacío. Maldita gravedad...ojalá fueses tú, y no el sol, el centro del universo. O al menos de mi habitación. Nunca encontré las palabras adecuadas para explicar que ese "te quiero" escondía una llamada de socorro. Y no era egoísmo, porque quería que me salvases, pero también quería salvarte yo. Yo, que empecé a creer en la suerte cuando te vi sonriendo, aquella tarde en aquella cafetería a finales de septiembre, que seguramente ya ni recordarás. A veces tenía miedo, porque sentía que mi vida comenzaba en el preciso instante en el que me enviabas un simple mensaje diciendo algo como "Estoy ya, baja". O cuando me llamabas por teléfono y tu voz era la melodía más bonita del mundo. Que me acelerases la respiración fue otra de las alarmas que me avisaron de que empezaba a quererte. Y ahora...ahora no sé. Queda muy poco para que termine el verano, y la verdad, no sé cómo despedirle. Las hojas caerán, secas y derrotadas, rendidas junto a sus árboles, y crujirán bajo las pisadas de quienes caminan hacia delante, sin mirar atrás. Los atardeceres volverán a ser especialmente hermosos, el viento soplará de nuevo y nos envolveremos con ropa de abrigo para protegernos del frío, ese frío que tan poco me gusta sentir, y que tanto siento últimamente. Sin darme cuenta te echaré de menos. Cerraré los ojos y aún nos veré, siendo felices. Felices...Hace mucho que no se me ocurre sonreír por ello, supongo que no tiene mucho sentido hacerlo sin motivos. Creo que esperaré un poco más, quizás a que empiece el otoño, siempre he creído que es una bonita época para cicatrizar. Para olvidar, y empezar de nuevo. Al fin y al cabo, es imposible olvidar sin permitirse recordar.

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