miércoles, 11 de septiembre de 2013

Septiembre.

Hoy ya es mañana, y mañana es pronto todavía, aún siendo tarde. Hay demasiado silencio, no me gusta, pero la música desgarraría el ambiente con su tonta y nostálgica melancolía, y la televisión está llena de gente que habla sin decir nada...no me apetece. Septiembre. Comienza a llegar la noche cada vez más temprano y al mismo tiempo los días se hacen largos, transcurren lentos, impasibles y anodinos, con una monotonía irregular fruto de la inestabilidad que les provoca el no saber por dónde avanzar. Como quien no llama a la puerta y directamente entra y se sienta a tu lado, como quien empieza a venir sin llegar nunca. Y yo empiezo a perder todas las madrugadas el sueño. Quisiera no sentir nunca el vacío, o quisiera saber cómo llenarlo, sin nudos ni malos tragos, sin esa absurda manía que tienen mis tripas de sonar con el estómago cerrado. Me estremezco cuando pienso en esas personas que olvidan como si fuera cuestión de pasar la página de un libro con las hojas en blanco. No se habrán enamorado nunca, supongo. Pero a estas alturas sólo me sale quedarme callada, mirar adelante, tararear el tic-tac del paso del tiempo, y seguir. No sé si alguna vez os habéis perdido yendo a ninguna parte. Así es como me siento yo, en este último Septiembre. Camino sin rumbo fijo, y me digo una y otra vez: Siente, no temas...Siente, no pienses.

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