domingo, 8 de septiembre de 2013

Inventando Melodías.

Daniela continuó removiendo los posos del fondo de su taza de té con la pequeña cucharilla de madera, mientras Paul aguardaba en silencio, esperando un final. Sin levantar la cabeza, con tono tranquilo y aparentemente desinteresado, continuó la conversación.

-A veces las calles hablan. El ruido de tus botas haciendo "pic pac" contra el suelo al ritmo de la música que sale de tus cascos va mucho más allá del eco que rompe el silencio que llevas dentro, los escaparates te saludan a ti misma con su reflejo acuoso, y el cielo parece estar más azul de lo normal, aunque llueva o sea de noche. Las nubes desde lo alto adoptan formas curiosas, moviéndose como el algodón de azúcar cuando sopla el viento, y cuando las miras no puedes evitar tener la sensación de que cobran vida propia, de que hay algo más ahí arriba, observándote. A veces cruzas en rojo el semáforo sin pensar, y un coche se detiene en seco justo antes de que pases sin si quiera protestar. Simplemente se detiene, y su conductora te dedica un leve gesto comprensivo con su mano izquierda. A veces el hombre del quiosco te mira con dulzura y esboza una sonrisa llena de dientes desordenados, que en ese momento te parece la más bonita que has visto en tu vida, porque te hace recordar otra mejor. Otra bonita de verdad, de las de hoyuelos y labios marcados que sin haberlos probado intuyes que si les tocase actuar en el cuento tendrían el título de saber besar. Y el reloj marca las doce demasiado pronto sin darte tiempo a reaccionar, y no encuentras la manera de despertar de ese cuento, tiempo después, aún sin haberle pegado un mordisco a la manzana envenenada. Y a veces, sólo a veces, te sorprendes a ti misma pensando en la mujer del coche con su mano izquierda, en el hombre del quiosco con su dulce mirada, o en quien se permite el lujo de emplear esa sonrisa a su antojo cuando le da la gana. Te preguntas entonces qué tendrá la mujer del coche, el hombre del quiosco, o la persona que sonríe de esa manera sin avisar, para que así sin más, sin apenas conocerles, te hagan sentir  en momentos en los que las calles hablan, los escaparates saludan, las nubes se amontonan y el cielo parece estar más azul de lo normal, unas ganas inexplicables de que al doblar la esquina, te los vuelvas a encontrar.

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