viernes, 25 de mayo de 2012

Entre Rotos y Descosidos.

 Había soñado muchas veces con aquel momento. Casi todos los días, en realidad, incluso se había obligado a ello, para que el impacto fuera menor. Pero nunca lo es, en estos casos. Era incapaz de contar las veces que las palabras "rotura" y "operación", junto con todos y cada uno de sus sinónimos, habían merodeado por su cabeza, como un vigilante que solitario pasea frente a su puerta de guarda, en silencio. Llevaban tiempo instaladas ahí, y se sentía como una frágil princesa encerrada en la más alta torre de su propio castillo, con la atenuante débil esperanza de que algún día su principe la rescatase. Pero en su lugar sólo veía dragones, nubes grises, y murcielágos dispuestos a chuparle la sangre en cualquier momento. Hasta que por fín llegó. Y como todos los malos momentos, como todas las malas noticias, su período de mentalización no sirvió si no para alargar una agonía inútil cuyo final hubiera resultado igual de doloroso 75 días antes. Recorrió el largo pasillo una vez más, arrastrando ya mecánicamente su pierna izquierda, ahora más escuálida y bronceada por el sol, de manera natural. Natural para ella, no para el resto. Con pulso tembloroso pero seguro, empujó la puerta de la consulta número 8. No está segura de si las palabras que escuchó fueron dichas por el doctor, o estaban tan automatizadas en su cerebro que éste las reprodujo sin necesidad de hacer trabajar a sus oídos, pero le sonaron exactamente igual que en todos y cada uno de sus sueños. Y le dolieron exactamente igual que en todos y cada uno de ellos.

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