sábado, 17 de diciembre de 2011

Tan feliz y tan triste.

No hace falta que señales, que ya le veo, que ahí está. Ha formado un charco de arena rompiendo todos los relojes que le puso el camino, y se ha parado de frente sin intención de moverse. Y me mira y me escucha y me habla, con esa sonrisa, y esas maneras, y ese remolino que forma cuando se acerca. Entre naranjas de valencia y llaves falsas que contienen zombis, vampiros que muerden lobos y huevos que bailan con gatos, con botas de suela virgen y botes de cuero en suelo de goma. Aquí, allí o en Kenia, da igual el sitio si la compañía es buena. Sobre asientos que desprenden calor, bajo mantas que resguardan del frío, y capuchas grises, aunque no llueva. Justamente ahí, está el olor de sus abrazos y el color de su sonrisa, la mueca de su barbilla y el dulce sabor de sus labios. La suavidad de sus manos, la longitud de sus pestañas, el fino tacto de su pelo, y hasta su rodilla de cristal.Y su voz....en cualquier formato, de cualquier manera, alta, baja, susurrando, entre risas, y a veces con tímido llanto. Que se de lo que escribo, que se de lo que hablo. Que cuando se calla, hasta el silencio me sabe a él. Que si le veo sonrío, y si no le veo me lo imagino.Que si despierto y no he soñado con él, cierro los ojos y sigo. Que mi nivel de locura se basa en las horas que me faltan para volver a verle. Que sí, que lo se, que no está bien...pero hace tiempo que se me acabaron las fuerzas para seguir apartándome de él.

No lo entendéis, ni lo vais a entender. No tenéis ni idea. No sabéis nada.


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