sábado, 29 de enero de 2011

Algún día, estaré con ella.

No se estudian en el colegio ni en el instituto, ni si quiera los grandes catedráticos de la lengua son capaces de analizarlas y entenderlas. Y no es porque sean complejas sintácticamente hablando, ni porque utilicen símbolos desconocidos o letras que no existan en ningún idioma, no tiene nada que ver con éso. El problema está en su origen, en el por qué de su existencia, en por qué tienen lugar las conexiones neuronales y las vibraciones de las cuerdas vocales que les dan vida, que hacen que salgan, que sean pronunciadas justo en el momento en el que salen de tu boca. En realidad son frases sencillas, cortas, incluso hay veces que las escuchas por error, pero con más significado que cualquier otra por larga que sea. Y siempre generan silencio. Ese silencio que en cuestión de unos cuantos segundos se rompe, pero que para tí resultan eternos, transcurren lentamente, como cuando observas caer las gotas de la canilla de un grifo mal cerrado. Y todo a tu alrededor se paraliza, no existe nada más, y aunque después la situación continúe su curso, quedan gravadas en tu mente. Simples, breves, sencillas, y en su intento por contenerlas dicen más de lo que callan. Como en una de esas escenas de una película antigua en la que el marinero ve a la chica al otro lado de la pista de baile, se vuelve hacia su colega y le dice: "Algún día, estaré con ella".

Por ejemplo, no se, así en frío...te quiero, te odio, me importas, o..."eres la mujer de mi vida".

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