miércoles, 23 de marzo de 2016

El mundo entero.

Ayer cuando salía de trabajar me encontré con una niña que lloraba desconsoladamente en la puerta de una guardería. El llanto era tan desesperado que no pude evitar acercarme a la verja. Al preguntarle qué le sucedía me respondió que su papá había muerto. Me abrazó entre los barrotes, rompiendo de nuevo a llorar, y tras unos minutos en silencio en los que sentí cómo se me encogía el corazón pedacito a pedacito, le pregunté que por qué estaba allí, sola, en lugar de jugando con los demás niños. Agachando la mirada y con las lágrimas ya mudas brotando de sus enormes y brillantes ojos, me respondió: "La señorita me ha castigado por llorar por mi padre. Dice que con la que está cayendo en Bruselas soy una egoísta, y yo no sé qué es lo que se está cayendo en Bruselas, ni qué es Bruselas, ni qué es ser egoísta...pero sé que es algo malo." Han pasado más de veinte horas desde que me encontré con esa niña, pero algo dentro de mí me hace sentirme intranquila. Como quien ve cada vez más cerca un precipicio hacia el que poquito a poco nos estamos empujando los unos a los otros, y no hubiese manera alguna de frenarnos. Como si realmente no fuese Bruselas la que cae, sino todos. El mundo entero.

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