lunes, 25 de mayo de 2015

Tinta de domingo.

Hay noches en las que detendría el tiempo indefinidamente y días enteros que viviría dos veces. Días de esos en los que uno vuelve a creer en que las mariposas pueden revolotear dentro del estómago, en los que esta ciudad no parece tan oscura los domingos por la tarde, en los que la canción que suena a nosotros es mi nueva canción favorita. Que su culo y su voz y su cara, la forma en la que se mueve cuando camina y la manera en la que me mira, sonríe y me abraza, son cosas con las que sueño de vez en cuando y me resisto a despertar. Imagino que hoy en día estamos reduciendo el expresar lo que uno siente a escribir verdades por pantallas o a disimular sin que se nos note en los ojos la certeza, pero os juro que en su boca hay un paisaje que sólo ven mis ojos. Que cuando se calla, y le miro, y no se da ni cuenta, siento como si fuésemos el más perfecto de los atardeceres. Que cuando hacemos el amor la poesía nos envidia, que sólo él sabe bailarme los silencios, que huele bien hasta cuando sólo huele a sueño. Y que cuando me besa, en uno solo de sus besos, en lo que dura cualquiera de ellos, parece que todos los relojes de arena del mundo explotaran en mil pedazos y detuvieran el tiempo. Y aunque en cuestión de segundos las agujas vuelvan a retomar su marcha, en ese instante, siento que podría vivir en ese beso durante el resto de mi vida.

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