viernes, 8 de mayo de 2015

La playa.

Apareció en su vida de la misma manera en la que el mar se niega a abandonar la orilla, a pesar de la cantidad de veces que le obligan a alejarse. Y lo mejor fue que al igual que el mar, él siempre volvía. Volvía una y otra vez como las olas rompen contra las rocas sin importarles lo que se cruce en su camino, para explicarle que aunque dicen que las casualidades son difíciles de entender, ella las entendería el mismo día en el que sus labios se cruzaran con los suyos. ¿Habéis visto alguna vez el mar cuando anochece? Cuando el agua se vuelve reflejo de sus ojos, verde y marrón, oscura y clara al mismo tiempo, y el viento peina las olas sobre la arena. Le entraban escalofríos solo de pensar en sumergirse en el y recorrerlo entero, profundamente, inagotablemente. La noche en la que su boca decidió detenerse entre los dos besos que separaban sus mejillas, y explicarle sin palabras que la soledad no siempre es buena compañía, sintió como si la ola mas inmensa les hubiera envuelto, ocultándoles de todo cuanto les rodeaba, como si todos lo relojes de arena del mundo se hubieran roto en pedazos en aquella playa que surgía entre las sombras, bajo la luna. Desde entonces comenzó a encontrarse a sí misma sin querer desnudándole con su tinta y haciéndole el amor sobre el papel, pensando en lo sencillo y al mismo tiempo complicado que sería cualquier madrugada abrirse paso entre sus sábanas. Cerraba esos ojos tan ambiguos y no sentía más que dudas, pero de todas sus dudas, sin duda, él fue la mejor. "Quédate con quien te sigue mirando cuando tú cierras los ojos", le decía algo dentro, y no le quedó otra que admitir que el único y verdadero problema, era que él era su solución. Que no podía negar lo evidente, que hay deseos que no se cubren con miedos ni mentiras...y que si cada uno decide dónde quiere estar en cada momento, ella quería permanecer en aquella playa...ella quería vivir en su sonrisa.

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