martes, 5 de agosto de 2014

Tinta de novelaenconstrucción.

Ella continuó apoyada contra la pared, mirando por la ventana, dejando que las gotas de lluvia golpearan violentamente contra el cristal para acabar resbalando lentamente hasta morir en el charco que se había formado sobre la repisa de gélido mármol. Él permanecía apoyado en la mesa de madera del comedor, frotándose las manos contra su pantalón vaquero intentando limpiar inútilmente el sudor que desprendían. Se revolvió el pelo instintivamente, como hacía siempre que estaba nervioso, y en un impulsivo gesto de inusual valentía se decidió a levantar la cabeza y observarla. Ella sintió la mirada en su nuca como si le estuviera besando la frígida cabeza de un revólver. Giró el cuello lentamente hasta  clavar sus ojos sobre él, y tras permanecer unos segundos en silencio, dejó que las palabras salieran de su boca tal cual las sentía en el alma, al ritmo de los latidos de su corazón: "No sabía que hasta tus dolores podían ser tan míos. Ojalá pudiera curarte penas, borrarte agobios, evitarte heridas. Ojalá, pero no puedo. Disculparte y dar explicaciones porque te sientes culpable te reconforta a ti, no a mí. Si quieres hacer algo útil, céntrate en ordenar tus pedazos. Hace tiempo que yo me encargo de recomponer los míos, aunque hasta ahora quien quiere abrazarme sólo puede hacerlo a trocitos." Se incorporó lentamente, fría, impasible, como si todo su cuerpo estuviera cubierto por una armadura infranqueable, y tras dedicarle una última mirada totalmente indescifrable en lo que a sentimientos se refiere, dio media vuelta en dirección a la puerta de salida. Estaba a punto de abandonar la habitación cuando se detuvo de nuevo, y sin soltar el pomo se dirigió de nuevo hacia él, por última vez: "Te voy a querer toda la vida. Pero no me pidas que me quede a ver cómo no me dejas acompañarte mientras te destruyes."


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