viernes, 8 de agosto de 2014

Pólvora.

Nadie mejor que Leiva para describir ese momento en el que le estás diciendo a alguien con la mirada: Aléjate de mí, porque no te quiero ver más. Y la manera más cavernícola de decirlo, es gritándolo, aunque sea en silencio: No te quiero ver más. ¿Cuántas veces al cerrar los ojos, justo antes de quedarte dormido, has pensado en eso de…Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo, y hacer las cosas de manera diferente? Ni mejor ni peor, simplemente de manera diferente. ¿Y cuántas de esas veces, has despertado al día siguiente con la misma sensación? Qué ingenuo pensar que sacar a alguien de tu cabeza pueda ser tan fácil como esperar a que amanezca por la mañana. Yo lo hice. Me quedé esperando aquella madrugada, por si acaso volvías. Y al día siguiente, a pesar de la resaca, aún me sabía tu nombre. Podía cantarlo incluso. Lo hacía canción por si alguien me pedía que le hablase de lo bonita que es la música. Lo cierto es que te hice arte, y desde entonces fui la mejor artista. Luego dijiste eso de que los sentimientos no saben nada del tiempo, pero cuando aprenden algo te puede caber en un café, y le diste un último sorbo a tu taza. No voy a engañarte, no dejar irse a quien ya se ha ido me parece la forma más cobarde de no querer reconocer que nos odiamos a nosotros mismos. Y de nada sirve separarse, porque no se arregla nada, no se cierra nada, no se acaba nada. En esa angustia no queda más remedio que recaer, regresar al epicentro del dolor en busca de respuestas. El viaje de vuelta mantiene los miedos, pero al menos ofrece un jamás al que aferrarse. Un jamás provocado por nuestra incapacidad de sacarnos los fantasmas de las tripas. Lo sabíamos, y lo confirmamos: El problema está en la ambigüedad. Lo que mata al sentimiento es el sentir a medias, la T y la Z que delimitan un tal vez, los fracasos disfrazados de victoria. Lo que mata al sentimiento es ese baile que a cada paso al frente le acompañan veinte hacia la espalda.  Lo dije en su momento, y lo diré siempre. Lo malo no es tropezar. Lo malo es que te guste la piedra.



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