domingo, 26 de mayo de 2013

Fin del espectáculo.

Dejaremos que pase el tiempo, que corra el aire y el viento suene hasta que arrastre palabras mudas de esas que sólo tu y yo escuchamos. Será entonces, y sólo entonces, cuando apartando todo a un lado, hablaremos. Hablaremos para empezar del tiempo y del espacio, la velocidad, las leyes físicas,  y todas esas ecuaciones que últimamente nos fallan tanto. Hablaremos de cómo la miel de mis ojos, poco a poco, se va apagando. De la distancia, del olvido, de que me mires y no me veas, de lo jodidamente difícil que es escribir para ti, y que no me leas. Que hagas como si no existiera, que pises todos mis textos con tu maldita indiferencia. Hay tantas líneas que saben a ti. Tantas y tantas líneas que todavía huelen a ti. Tanta tinta de la más oscura,  la más roja, la más profunda...la que más duele malgastar cuando uno se desnuda el alma y la usa. No sabes cuántas veces pensé en ti mientras escribía. No sabes cuánto me diste...y cuánto me quitaste. No tienes ni la más remota idea de lo especial que me resulta el hecho de que tú me leas...pero no lo haces. No como los demás. No de la misma manera. Me siento como una niña con sus bailarinas nuevas, su tu-tu rosa y su pelo tensado, sola en el escenario frente a un patio de butacas con un único espectador. Imagina por un instante lo triste que sería que estando en primera fila, no le hiciera caso. Le dará igual que la sala comience a llenarse, no escuchará los aplausos ni los gritos de alegría de los miles de personas que colman hasta el segundo palco. Para ella, su espectador se ha roto. Y sin él, no hay melodía, no hay sonido, no hay ritmo, no hay sonrisa...sin él, por mucho que lo intenté, el espectáculo, está acabado.

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