La
sala era amplia, ambientada de manera sencilla, cada columna, cada
decorado, cada detalle parecía estar ocupando el lugar que
exactamente le correspondía, como si se tratara de un rompecabezas
recién terminado. Y al fondo del todo, detrás del pequeño
escenario, ese escudo emergido sobre azul aterciopelado, dorado,
brillante, que sin llegar a intimidar, imponía respeto. Primera
línea plagada de flashes, trípodes, pilotos de luces rojas, cliks,
claks con cuerdas de Nikon, Canon, o Sony, y tras todos ellos cual
manejadores de títeres, sus profesionales. El público invitado,
excepcional, atento, expectante. Entre ellos Emilio, el padre de la
chica de las mil calculadoras, Emiliano, mi editor y fabricante de
sueños, mis padres, que me lo han dado todo, y Pablo, que siempre
está, que nunca me falta. Esos rostros de AFAMMER, de Red Vecinal,
dando vida y movimiento a las fotografías vistas en el último mes,
y esos deslumbrantes uniformes azul marino llenos de bordados y de
insignias de colores que no podía evitar mirar constantemente. Olga
guapísima, discreta pero radiante, y a su izquierda el hombre de
mirada clara y penetrante. Las tres Meninas, una auténtica obra
maestra, cuidadas al detalle, al lado de los libros...¡mis libros!
¡quién me lo iba a decir, hace unos meses! Los cuatro reconocidos,
risueños y agradecidos junto a la sonrisa de Alberto, desprendiendo
tranquilidad en los momentos clave. Y ese atril, con su micrófono,
que aunque no quieras eleva tu voz, y también algo más dentro de ti
que sientes cómo sube colmado de aire, de unos nervios repentinos que
en cuanto comienzas a hablar, desaparecen al instante. Todo fluye,
todo sale según lo establecido, y cuando el acto se termina, una
agradable sensación de esas de "me siento bien, me siento a
gusto en este sitio, con estas personas, y por qué no
decirlo...contenta."
Escribiría
una entrada entera con una única palabra: Gracias. Infinitos, millones de Montones, de GRACIAS. A todos, por todo.
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