viernes, 17 de octubre de 2014

Días de mierda.



Cuando formas parte de una familia y tienes la suerte de que la vida te sonríe, no te paras a pensar en lo duros que son esos días para la gente que no tiene a nadie. No te paras a pensar en el viudo solitario que deambula por su casa vacía mientras se come un sandwich de pavo e intenta distraerse con el partido de fútbol del domingo. No te paras a pensar en el divorciado con la vida destrozada que intenta día tras día no sumirse en la más profunda tristeza, refugiándose en su whisky de súper mercado a palo seco. No te paras a pensar en la anciana que vive de su pensión al otro lado de la calle y que tiene que decidir entre comprar las medicinas o la comida. No te paras a pensar en la gente que no tiene a nadie a quien felicitar el año nuevo, a nadie a quien hacerle una tarta de cumpleaños, a nadie que espere su llamada. No te paras a pensar en los desamparados, en los solitarios, en los marginados. No te paras a pensar en absolutamente nadie, porque el ser humano es así de jodidamente egoísta por naturaleza, y la falta de empatía es el placebo de moda en en siglo XXI. Pero cuando alguna de esas dos cosas falla, comenzamos a entender. Cualquier persona que se cruce en nuestro camino puede estar luchando en una batalla de la que no tenemos ni idea, y para la que quizás, en algún momento, nos necesite. No seas egocéntrico. Sé agradable. Y sonríe. Siempre.


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