jueves, 11 de abril de 2013

El Tiempo. Como siempre, el Tiempo.


Antes de empezar por el principio, por donde todo el mundo empieza, tengo que aclarar que entiendo que el de musa es un trabajo que entusiasma, pero cansa. Esa disponibilidad absoluta, en cualquier momento, a cualquier hora, que te saca de la cama a rastras o te deja sin el postre en la comida, ese contrato sin caducidad aparente, sin remuneración definida, sin reglas fijas. Inmersa en esa inestabilidad de hoy te quiero, mañana te olvido, y la semana que viene, te echo de menos, no le queda otra que sobrevivir como puede, como le dejan, que no es mucho...aunque ya es algo. Pero entender no significa estar de acuerdo, y aún sabiendo que lleva razón, que no es su culpa sino mía, aún así, me quejo. Y es que no hay manera de escribir cuando no está, cuando las palabras se amontonan, cuando la falta de tiempo te llena de rabia, todo fluye, y nada queda. Ni su pelo peinado al viento, ordenado, revuelto, ni su tez morena, ni esas manos llenas de venas, ni la dulce y seductora forma que adoptan sus ojos cuando sonríe, con esa sonrisa llena de dientes y de hoyuelos y de yo qué se que más, si ni si quiera se por qué sonríe ni tengo tiempo de saberlo. Y es que hay maneras, y es que hay andares que hacen estallar todos los relojes de arena que les pone el camino, imparables, sin destino. Y esos ojos, o más bien esas miradas que tanto dicen y tanto callan, esa voz, esos sonidos, esa sencillez tan compleja que te envuelve y te envenena, amargo dulce, dulce condena. Y llegados a este punto, sin principios, ni finales, ni nada que se le parezca, aún siendo consciente de que de Ella abuso, de que merece mucho más de mí que estas líneas sin sentido, acabo por hoy, una vez más, por falta de lo mismo: El Tiempo. Como siempre, El Tiempo.

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