domingo, 17 de marzo de 2013

Restos.

          Él se arrastró lentamente por aquella habitación muda, en la que el tapiz desquebrajado de las paredes ocultaba los inútiles y desesperados gritos de auxilio de Ella, desde hacía varios años.  Dejo que sus dedos se desplomaran sobre aquellas teclas cubiertas de polvo acumulado, e improvisó una triste melodía enredando en las tripas del viejo piano. Así, a corazón abierto, sin anestesia. Ella cerró los ojos para no permitir que derramaran una sola lágrima. No allí. Ni una más. Cerró los ojos con fuerza, y se dejó llevar.

<< Me da vértigo asomarme a ti. Me dan escalofríos sólo de pensar que los jirones de camisa me harán tener que usar tu piel como castigo. Me da miedo recorrerte de extremo a extremo y sentir que el trayecto se me ha hecho corto, que quiero más, que no voy a ningún sitio en el que antes no me hayas sellado los labios. Me da pánico que no llueva y el sol salga otra vez por donde se fue aquel día, aquella noche, cuando la nieve dejó indefenso el tejado de las casas, se desvaneció la escarcha de los coches, y ya no había hielo en las aceras con el que resbalar  Glissé. Gris. Dejó paso a los grises. Grises de dudas, grises de indecisión, grises de no se qué coño quiero hacer con mi vida. Pero sé lo que no quiero, siempre lo he sabido, desde aquel día. Y justamente ahí, es donde apareces tú.>>

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