lunes, 23 de junio de 2014

Tormenta.

No sé qué tienen las tormentas de verano, que hacen que sin darnos cuenta nos cambie el estado de ánimo. Cuando todo se vuelve gris y el sol muerde el cielo desgarrando las nubes, intentando esconderse tras ellas. No es que se marche, simplemente prefiere no salir. Tampoco es que esté triste, simplemente no le apetece sonreír. Y yo le entiendo. También he cerrado la puerta y me he escondido. Me he quedado callada y he dejado que la vida suceda sin pedirme permiso, sin hacer caso a los relojes, sintiendo el cosquilleo de su arena entre mis pies descalzos. Pero sigo aquí, inmersa en la profundidad de algún silencio que no necesita palabras. El caso es que siempre deja de llover. El pintor del cielo encuentra su paleta de azules, y seguimos con nuestro camino intentando no hacernos demasiadas preguntas, como cuando despertamos de un sueño de esos que se deslizan entre los dedos y se marchan sin despedirse, sin darte tiempo ni de apuntarlo en una libreta de papel para aprovecharlo después en un momento de inspiración. Supongo que todo esto, la lluvia, el tiempo y las gotas de agua resbalando contra el cristal de la ventana, hablan de nosotros sin que la mayoría de las personas se den cuenta. Sólo algunas se detienen y miran. Y ellas lo comprenden. Cuando llueve, ellas saben a lo que me refiero. Ellas entienden la lluvia. El resto prefiere sacar el paraguas, o esperar a que pare. No es que no sepan sentirla, simplemente no quieren hacerlo...simplemente no se mojan.

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