viernes, 6 de junio de 2014

72 horas conmigo misma.

No se necesita una razón de ser para Ser. Es más allá de los límites de la razón, en el subconsciente más primitivo, donde somos de verdad, donde ante situaciones extremadamente aciagas la rabia aflora por todos y cada uno de los poros de nuestra piel y los sentimientos desbordan el alma, dejándose percibir como si pudieras rozarlos con las puntas de los dedos. Eres tú, son tus ojos mirando al vacío sin objetivo ni causa, solo, en tu lucha. Y esas balas que atravesaron tu cuerpo fueron sólo el comienzo. El acero fue el que rindió cuentas, dejando escapar el aire de tus pulmones hasta casi dejarte sin aliento, mientras el cuero y el algodón mascullaban dolor atrapados en heridas con lágrimas de mil llantos para poder acariciar, en el salto del tiempo, las cicatrices que un día ardieron a corazón abierto hasta congelarte la piel, generando una barrera mnemofóbica que confirma que los seres humanos no somos fríos por la ausencia de sentimientos, sino por la abundancia de decepciones. Pero a pesar del acero, del frío, de la rabia, del dolor, hay que quitarse la máscara de vez en cuando, ser uno mismo. Y no permitir que las heridas, tras convertirse en cicatrices, nos transformen en algo que no somos. ¿Salir de la ciudad? ¿Alejarse y desconectar? Más que de la ciudad, necesito salir de mi.




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