miércoles, 11 de junio de 2014

Tinta de domingo.

No sé si alguien me entiende cuando digo que hay frases que al escucharlas suenan de manera especial, diferente al envoltorio del antes y el después. Aparentemente puede que carezcan de importancia, pero se quedan ahí, retenidas en tu cabeza en modo stand-by esperando al momento adecuado para salir de ella. Y entonces inspiran. Inspiran mucho. El domingo a media tarde, entre la brisa fresca del lago y restos de helado y cerveza escuché un "Lo mejor, o lo peor, es cuando te das cuenta de que puedes ser feliz sin un hombre a tu lado". Y justo ahora ha venido, yo no elijo cuando quiere salir...Ayer nada más abrir los ojos, antes de levantarse de la cama, pensó en ello. Pensó que quizás debería irse. Entrar una última vez, desordenarlo todo por completo, más si cabe, y desaparecer. Como hace él, pero en esta ocasión sería ella la protagonista de la historia. Ya se acostumbrará después al desorden, al fin y al cabo es lo suyo, donde nace la inspiración, donde más cómoda se siente. Mientras tomaba el primer café de la mañana ya había cambiado de opinión, y con el segundo había vuelto a cambiar de nuevo, pero a pesar de que hoy ha decidido no tomar ni un sólo café, por si a caso, no descarta cualquier día ponerlo todo del revés. Cuestión de impulsos, supongo. La intención sólo cuenta historias tristes, no sirve de nada si no va acompañada de hechos, de palabras, de gestos que demuestren algo más. Ahora por fin sabe que hacía mal al no escucharse, pero siempre le resultó más bonito callarse a su lado, aún quedándose con las ganas de gritar cuando él se iba. El caso es que ya no le encuentra ningún puto sentido a levantarse algunas mañanas sin querer pensando en él, mientras en algún lugar, más lejos de lo que le gustaría, él amanece y no sabe si piensa en ella. Siempre es más fácil vivir con los ojos cerrados, ignorando que en ocasiones nos quedamos sin ganas de llegar a ninguna parte. Pero no se puede abusar de la suerte, y pretender que cubra nuestros descuidos y pague los impuestos de las tarifas que generan el tiempo, el miedo, la distancia, el silencio, y por encima de todos ellos, los sentimientos. 

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