viernes, 27 de junio de 2014

Con las ganas.

De pequeño querías ser artista, pero ni siquiera llegaste a tener una paleta de pintura. Nunca conseguiste pintar tu propio lienzo, ni construir esa casa con vistas a mi cuerpo por la mañana. Al final lo único que queda, creo, es todo eso que nunca hemos tenido, en forma de un montón de viejas revistas que catalogaron nuestro amor por imposible. Todavía recuerdo el olor de tus abrazos, pero perdí la fe en los labios de esas zorras a las que en madrugadas sin alma me imaginaba que les entregabas tu boca. Siempre me fue más fácil creer en la salvación del paraíso que tenías entre las piernas, pero ya ves, ni las religiones propias aguantan las embestidas cuando las embestidas pueden ser compartidas con otras. Quemamos aquel hilo del que pendíamos sin darnos cuenta, y ahora parece que no tengamos fuerzas para atar el nudo que separa ambos pedazos y volver a caminar por él…al final siempre se hace de noche, y nunca estás entre mis sábanas, y yo sólo espero que tu insomnio, de vez en cuando, lleve mi nombre. Hay días en los que pienso que de las veinticuatro horas me sobran diecisiete, y a las demás les faltas tú, pero jamás te lo he dicho porque se me da fatal desnudarme el alma, así sin más, sin anestesia. Así somos, los seres humanos. Tenemos tanto miedo a que alguien nos rompa que preferimos esperar, que nos esperen, incluso no arriesgarnos a que nos puedan dar placer. Ojalá esta estupidez nos dure menos de lo que podríamos tardar en irnos para siempre. Ojalá. Dicen que para poder querer bien a alguien hay que quererse primero a uno mismo. Hace tiempo que decidí empezar por ahí, y creo que poco a poco le voy pillando el tranquillo. Y sí, hay veces que para crear algo es necesario destruir otras cosas. Pero hay pérdidas para las que uno nunca está preparado, heridas que tardan en cicatrizar más de la cuenta, y lugares del alma de los que nunca te vas. Del todo.


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