miércoles, 20 de abril de 2016

Pedazos rotos.

El mejor profesor que tuve durante mi época universitaria fue sin duda Sergio Lerena. De él aprendí muchísimas cosas, además de que no se le pueden tirar los trastos a un recién nombrado catedrático de física cuántica con la intención de que te apruebe la asignatura, y mucho menos enamorarte de él para luego rechazar su proposición de matrimonio en dos ocasiones, y dejarle ir. El caso es que dejando a un lado lo insultantemente atractivo que me resultaba, y los maravillosos recuerdos del posiblemente mejor sexo que he tenido hasta la fecha (llámenlo magia, arte, o como quieran, pero sin ánimo de resultar soez, lo que ese hombre era capaz de hacer con sus manos, su lengua, y todo lo demás es algo que no se contempla dentro de lasa descripciones del vulgar y anodino vocabulario humano), puedo decir que aunque me tocó estudiar en verano aprendí de su ausencia una de las lecciones más importantes de mi vida. No dejes de hacer lo que sientes en cada momento por miedo a cometer errores. Porque quien abre una herida es capaz de cerrar la cicatriz. Y si el tiempo se resiste a coser los agujeros, aprende a disfrutar de los pedazos rotos.

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