lunes, 16 de marzo de 2015

Prólogo del diario de un infiel.

Las buenas historias no siempre tienen por qué hacernos felices. A veces nos hacen olvidar que no lo somos, y otras, simplemente nos lo recuerdan. Esta es una de esas historias, escrita a partir de uno de esos recuerdos...si es que ese tipo de polvo puede calificarse como recuerdo, claro. Sí, polvo, esos que tienen que ver con el sexo, tampoco hay que escandalizarse. Esos de los de ‘sin querer’, pero queriendo, y que la única forma de evitarlos es dejando de hacer el gilipollas, y desapareciendo. No generando conversaciones que sabes de antemano cómo acabarán. No bebiendo una copa más, y otra, y otra, después de la de "una y me marcho". No metiéndose en la misma habitación y acostándose en la misma cama. No desnudándose delante del otro esperando que mire para otro lado, y le deje ponerse un pijama así sin más, como si nada. Pero tampoco como ninguno de los dos esperábamos, porque lo esperábamos, yo sé que lo hacíamos, aunque no así. Hay que joderse. Joderse y escribir, porque al fin y al cabo en aquella habitación con olor a sexo, alcohol, perfume y tabaco se juntaron un par de historias que nada tenían que ver...aparentemente. Ella era de las que quería follar para desaprender a amar, y aún así sería capaz de enamorarse de mí, si le dejara. Y yo era de los que hablaban de amor constantemente, y podría enamorarme de ella...pero no dejaba de pensar en follar. Sé que puedo resultar soez, que estarán pensando que soy un auténtico cerdo, pero tenían que ver cómo sujeta las copas mientras sonríe, como baila, cómo habla...cómo respira. Entiéndanme, con ese cuerpo, ese olor, esa mirada...definitivamente, ese cuerpo...no podía pensar en otra cosa. Y sí, realmente no estuvo bien lo que hicimos. No estuvo bien en sí, la mierda emocional, moral y todo eso me da exactamente igual. No estuvo bien porque nos moríamos de ganas y nos quedamos con ellas. Quizás sea demasiado joven para juzgarnos, demasiado inmaduro...o demasiado poco buena persona. No lo sé. Pero confío en que llegue el día en el que nos sonriamos al vernos sin necesidad de fingir esa sonrisa. El caso es que para contar esta historia es mejor empezar por donde todo el mundo empieza, por el principio. Pero antes de nada hay algo que me gustaría decir: Necesítense. Necesítense y satisfagan ese impulso. Hagan lo que sientan en el momento, aunque esté mal, y lo más importante: Aprendan a dejarse llevar por lo que sienten. Aprendan a no pensar mientras lo hacen.



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