miércoles, 12 de diciembre de 2012

A las palabras, hay que cuidarlas.

La Real Academia Española define el termino "escritor" como aquella persona que escribe, o que es autora de obras escritas o impresas. Bajo mi humilde, y posiblemente erróneo, punto de vista, se trata de una definición que peca de objetividad, y un escritor, con todo lo que gira en torno a él y a sus siete letras, es de todo menos objetivo. Para mí un escritor es aquel que cuida a las palabras. Y no me refiero a cuidarlas en el sentido de utilizarlas de manera precavida, sino a algo que va más allá de la morfología o la sintaxis de las mismas. A las palabras hay que mimarlas, tratarlas por separado, cada una como se merece y procurando no crear enfrentamientos complejos o incómodos que acaben por marchitar la armonía que en un principio se desprende de un buen texto. Al igual que sucede con los seres humanos, hay palabras que están destinadas a permanecer unidas. Palabras que pueden encajar con otras, pero que nunca lo harán de una manera tan especial como lo hacen entre ellas. También las hay que no se soportan, y el sólo hecho de sentirse cerca genera una desagradable sensación de desencanto que contagia al resto. Las hay que han sufrido desamor, desengaño, traición, hedionda nostalgia o melancolía, las hay que son felices todo el tiempo, que sólo sufren, que sonríen y despiertan sonrisas, o que siempre mantienen la esperanza. Las hay que repetidas agobian y se malgastan y las hay que por más que las repites bien seguidas, no te cansan.  Las palabras tienen longitud, tienen sonido, tienen ritmo, y al unirse unas con otras forman una melodía que si no prestamos atención puede desafinar cuando suena el instrumento de eso que llamamos vida. También es cierto que para gustos están los colores, y cada uno compone la suya propia. Pero sea cual sea el tuyo, y escribas lo que escribas, me he dado cuenta de aquí a un tiempo de que hay que respetar a quien destapa el tintero del alma y la paleta de los sesos, y pincel y pluma en mano se decide a trabajar con ellos. Que una cosa es opinar, aconsejar, ser sincero, y otra cosa es insistir en cambiar lo que para otro suena eterno. Que cada uno escribe como le sale de dentro, a su manera, que la libertad de expresión todavía está al alcance de todos los que la aprovechan. Y mientras eso se mantenga, si no te gusta, simplemente, no nos leas.

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