martes, 19 de junio de 2012

Últimos suspiros.


Se queja, habla sin sentido, y canta sin dejarte dormir por las noches. Ve cosas que el resto no ve, personas que no existen sino en su desordenada cabeza, y se enfada cuando no la entiendes, cuando niegas que dos mujeres la visiten todos los días, que el muñeco sea una niña, que el riojano sea un riojano que vive en Zaragoza y cante jotas para ella. Cabezota, egoísta, gruñona, te lleva la contraria, se queja. Huele mal, muy mal, tanto que si estás cerca es imposible respirar pretendiendo que entre algo de aire limpio a tus pulmones. Es oxígeno sucio, ajado, sin vida, que recorre cada rincon de tu cuerpo, contagiándote con esa sensación de cera desgastada que muere sobre el platillo de una vela a punto de desaparecer entre sus restos. Pero aún así eres incapaz de alejarte si la miras a la cara. Ese rostro cada vez más pálido, más alargado, esa mirada que ha pasado de verde esperanza a verde opaco, ausente, perdida...sin vida. A veces llora. No sabe por qué, pero llora, sufre, y su llanto seco retumba en las paredes de la caja de cualquier alma, haciéndote sentir vacía, insignificante. En ese momento, serías capaz de hacer cualquier cosa para conseguir que se sintiera mejor, que por fin descansara...y al mismo tiempo te aferrarías a un clavo ardiendo si con ello supieras que va a mantenerse ahí, donde está, inmóvil, agónica...pero respirando. Y día tras día la misma lucha, entre la desesperación y la angustia que ella misma genera. Batalla perdida de todas las maneras, no hay final feliz, ni triste, simplemente inevitable. Es ley de vida, se supera, pero por mucho que te mentalices es imposible que no duela.

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