miércoles, 26 de octubre de 2011

Soplar hacia dentro.

Es como cuando soplas una de esas velas de pastel de cumpleaños que tienen truco. De esas que por más que soplas y soplas, vuelven a encenderse una y otra vez, y no parecen querer apagarse nunca...pero justamente al revés. Por mucho que intentes que no se apague, la piel de cera se arruga y se amontona, se consume, dejando perderse entre los pliegues, sobre las sábanas de nata pura y blanca que forman su lecho, los restos sin llama, sin vida, sin alma. Y día tras día ves como el sol sale y se esconde para tí, pero no para ella, porque sus ojos la engañan, le muestran otro mundo diferente al tuyo. Y cuando estás ahí, cuando la observas, tus cuerdas vocales se crispan, hacen nudos de impotencia, tus lágrimas empujan con fuerza pidiendo a gritos salir fuera, y por un momento ruegas a Dios, sin importarte que no creas, que por favor te diga como ayudarla, que te enseñe, que te deje ver qué es lo que pasa por su cabeza...y que antes de que muera, puedas llegar a quererla...puedas llegar a entenderla.

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