martes, 6 de octubre de 2015

Sé que nunca te lo dije. Pero te quiero.

Caminaba con paso lento sin saber qué dirección seguir, envuelta en su manto de lágrimas sujetando el ramo de margaritas ya secas, moribundas, que a duras penas conservaban sus pétalos impares. La lluvia comenzó a golpear con fuerza el hueco vacío que brotaba de su alma, provocándole un temblor ligero, al principio, que fue creciendo hasta hacer tiritar a todos y cada uno de los huesos que asustados se escondían bajo su piel. Su larga melena dorada se había apagado por completo, cayendo sobre sus hombros desnudos, sin un brillo de esperanza que le hiciera resistirse a los gritos del viento que la desgarraba. Pero Martina no lo sentía. No sentía el viento, ni el frío, ni el agua, ni las afiladas piedras del lúgubre y angosto camino que se clavaban en sus pies descalzos, haciendo que dos hileras de sangre manaran de sus plantas, concluyendo en un pequeño charco que se confundía con los restos de barro y salitre, dibujando un corazón. Cuando por fin se detuvo frente a Lucas, haciendo rechinar los dientes en un intento desesperado por controlar la rabia que la ahogaba por dentro, se derrumbó sobre su cuerpo ya sin vida, y con las pocas fuerzas que le quedaban dejó escapar una última frase, antes de perder el conocimiento: "Sé que nunca te lo dije. Pero te quiero".

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