miércoles, 5 de diciembre de 2012

Y mañana, será otro día.

Hay días en los que sales a la calle y sea verano, otoño o primavera, aunque la gente a tu alrededor pasee en mangas de camisa, sientes frío. Un frío helador que te recorre el cuerpo de arriba abajo sin dejar un sólo rincón libre de temblores. Y todo lleva cartel de cerrado, salvo los bares de mala muerte, de puertas sujetadas por borrachos que huelen mal, que salen a escupir entre balbuceos lo bonita que eres...que tras tu ausencia de respuesta cambian su discurso por palabras malsonantes. Y al doblar las esquinas, el frío se hace fuerte, sin albergar nada más que a vagabundos y a putas, bogando como escualos ansiosos por unas cuantas monedas que sacien su sed de vino, de aire...de vida. No brilla el sol sea de día o de noche, todo tiene un tono gris oscuro, apagado, sombrío, sin sonido. No hay música ni melodía que pueda hacer callar el grito amargo de la tristeza, de la impotencia, de la injusticia. Y esa angustia congelada de las palabras que bombean el latir de tu pecho, que encharcan tus pulmones haciéndolos sangrar con lágrimas que al llegar a tu garganta mueren, y en un último susurro, se marchan. Días tristes, se suele decir, días de malas noticias, también los llaman, y por mucho que intenten decirte que todo está bien, que no pasa nada, lo mejor que se puede hacer es dejar que tus ojos se cierren, al anochecer, meterte en la cama...y aceptar que lo mejor del día es que por fin, se acaba.

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