sábado, 15 de diciembre de 2012

Olvido, parte V



-Tengo miedo, lo reconozco. Si te soy sincera, pánico podría ser la palabra que mejor define lo que siento en determinadas ocasiones, cuando lo pienso demasiado. Pero se por qué. No estoy a gusto así.

-¿Así, cómo?-Preguntó él, desde su ya habitual posición de manos en los bolsillos y hombro derecho apoyado sobre la puerta del portal.

-Así...como ellos. El exceso de estabilidad me aturde, me desconcierta hasta tal punto que me hace sentir totalmente inestable, vulnerable ..perdida. Y cuanto más me relaciono con ellos, más me aterroriza, me aterra, el sólo hecho de pensar que lo que hago puede llegar a parecerse mínimamente a eso que con ignorancia se llenan la boca llamándolo "vida".

-Espeeeeeeera, ¡frena! ¿No crees que estás siendo un poco radical? Puede que no lo sea para ti, pero sí para los demás...

-¡Pues no quiero ser como los demás, entonces!-Le interrumpió con firmeza, y las palabras llegaron solas.- No quiero envejecer como las parejas normales. No quiero que la rutina se alimente de mi vida poco a poco, hasta que consuma la pasión, la vitalidad, las ganas de improvisar y no hacer siempre lo mismo. No quiero seguir paseando por las mismas calles, de la mano o sin ella, eso es lo de menos. No quiero cenar siempre en los mismos restaurantes ni dormir siempre entre las mismas sábanas ni visitar el mismo lugar por vacaciones de Navidad. No quiero guardar siempre sitio para el postre. No quiero fechas, ni etiquetas, ni colgar el cartel de cerrado en ninguna parte, aunque esté convencida de que no me interesa. En ninguna. No quiero vivir siempre entre estas cuatro paredes con forma de país, me agobia, siento como si me quemara por dentro.

-¿Pero qué es lo que quieres, entonces?-Preguntó él, desconcertado. Sacó las manos de los bolsillos de sus desgastados pantalones vaqueros y las colocó detrás de su cabeza, al tiempo que se acercaba unos centímetros más hacia Ella.

-Quiero una maleta, ¡Qué digo! Ni eso, una mochila, pequeña, discreta y cómoda. Un pasaporte sin nacionalidad, sin apellidos, no quiero ser de nadie, ni sentirme atada a nada más allá de los cordones de mis zapatillas. No quiero tener la misma vida que el resto del mundo, me niego rotundamente.


-Creo que te entiendo...ahora sí.- Él bajó la mirada y la hundió profundamente, hasta casi alcanzar el centro de la tierra, haciendo que sus ojos comenzaran a enrojecer. Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos. Ella le contemplaba paciente, con un brillo especial en la mirada, un brillo apagado, pero lleno de una extraña y dulce esperanza. Al fin, el levantó la cabeza con un brusco movimiento y dio un paso más, casi rozando los desprevenidos labios de Ella. Cerró los ojos mordiéndose el labio inferior, y volvió a colocarse las manos sobre la cabeza.-¿Y qué papel se supone que ocupo yo en todo ésto?

-Quiero que mi vida cambie. Cámbiala. Hazla diferente...si puedes.

-¿Una mochila, un pasaporte, y qué más? ¿Qué más, T? Necesito saberlo.

Ella comenzó a temblar. Dio un paso hacia atrás, y tras observarle como si aquella fuese la última vez que le vería en mucho tiempo, dio media vuelta, y desapareció tras la puerta del portal de su casa. Él no se movió. Se quedó parado ahí, en la misma postura, sin ser capaz de reaccionar, para terminar recostado contra la pared. Ella se dejó caer junto al hueco del ascensor, y se acurrucó en la esquina, con la cabeza apoyada en el mismo muro, desde dentro. Cuando se sintió sola, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, un susurro que pareció escucharse en todos los rincones del mundo hizo vibrar sus labios, y con ellos aquel muro de piedra y hormigón.

"Una mochila, un pasaporte...y Tú".



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