viernes, 14 de diciembre de 2012

Las nubes lloraron piedras.


No me gustaban las naranjas. Tampoco es que me disgustaran, no se, simplemente no entraban dentro de la fruta que solía comer, en parte por la pereza de tener que pelarlas y usar cuchillo y tenedor para ello...siempre me salpica el jugo, alguna vez hasta me ha salpicado a los ojos y he tenido que correr al lavabo para librarme del escozor. Lo que escuece te cura, se suele decir. Y así fue. Aquella noche, sentí cómo la lluvia me empapaba por dentro, y al llegar a casa no podía dejar de sonreír. El agua recorrió mi anatomía, envolviendo mi cuerpo con dulces caricias, que en aquel momento parecieron tuyas, y una parte de mí se resistía a deshacerse de la ropa mojada y ponerse el pijama. Aquella noche las nubes lloraron piedras, el cielo entero se rasgó en pedazos de cristal electrizado, y el viento gimió palabras mudas, que sólo tú y yo escuchamos. Aquella noche...Sentí la tierra firme bajo mis pies y al mismo tiempo tuve la sensación de poder volar muy lejos, hasta tocar el cielo con mis propias manos. El oxígeno se coló como quien no quiere las cosa en mis pulmones, puro, limpio, sano. Tanto como todo aquello. Me pesaban los huesos, si, y la ropa, y hasta la piel, pero no me importaba. Y es que mi piel de golpe ya no era como una cárcel. Lentamente, mi corazón comenzó a latir. Las neuronas defectuosas enviaron sus impulsos en todas las direcciones posibles. Sentí mi cuerpo como nunca antes lo había sentido. Y me gustó. De golpe me gustaron las mañanas de madrugada, los domingos, el café, las noches de lluvia... como aquella. Me gustó estar viva, no se. Me gustó poder volver a empezar. 
Contigo.


Hoy ha vuelto a salpicarme el jugo de naranja en el desayuno, y me ha vuelto a escocer de aquella manera, como ya no recordaba. Como la última vez. Como antes de que aparecieras...como antes de que te marcharas. 
Sin ti.


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