Últimamente
he tenido que responder, bastante a menudo y sin saber muy bien, a la
habitual pregunta de "a qué te dedicas", "qué eres",
o "en qué trabajas". La respuesta que habré dado el 90%
de las ocasiones ha sido que soy profesora de Matemáticas, en
algunos casos me habré atrevido a añadir que soy escritora, y
aunque ni yo misma considero que lo sea (todavía), de vez en cuando
me engaño un poquito y digo que también soy entrenadora de
Baloncesto. Pero lo que nunca, nunca jamás he dicho, en parte porque
me tomarían por loca, y en parte porque no se trata de una profesión
remunerada económicamente hablando, que es lo que parece que a la
gente que hace esa pregunta le interesa, es a lo que me dedico desde
hace años con la misma o incluso más ilusión que al resto.
Realmente no existe un término que lo defina, pero yo misma he
inventado el mío propio: Buscadora de personas transparentes. Cada
vez estoy más convencida de que en el mundo hay muchas personas que
merece la pena conocer, pero por culpa de nuestra falta de interés,
nuestro conformismo, y la cantidad de personas que aún no mereciendo
la pena se empeñan en destacar por encima de los demás, sin
talento, sin mérito, sin modestia y sin prudencia, colgándose
medallas que no les corresponden,
pasamos al lado de aquellas especiales sin si quiera distinguirlas.
Pero siempre llega el día en el que sales a la calle dispuesta a ir
tachando una por una las notas de tu hoja de rutina, y alguien te
sorprende. No te lo esperas, vas pensando en la cantidad de
individuos con los que tienes que tratar carentes de autenticidad y
de sentimientos verdaderos, de los de hoy te quiero, mañana te odio,
pasado te olvido, y la semana que viene, te echo de menos. Sumida en
esos pensamientos, mezclados con el sonido de tu hambriento estómago
y del “Unforgiven” de Metallica, olvidas un paquete en
la parada del autobús, y 20 minutos después vuelves enfadada
contigo misma, con lo despistada que eres y con el poco tiempo que
tienes para todo, para intentar recuperarlo. Y ahí está, de pie,
junto a la parada, un chico de más o menos tu misma edad, con el
paquete en una mano y el teléfono móvil en la otra, a punto de llamar a la
tienda con más preocupación que tú para ver cómo puede conseguir
que lo recuperes, porque, como te dice, había llamado a su madre
antes a ver qué podía hacer. Lo de menos es el paquete, y que
llegues tarde a comer, y el doble ticket de autobús que tienes que
pagar después. Merece la pena, porque ese chico tiene ese “algo”
que tanto cuesta describir, ese "algo" que cada vez cuesta más encontrar en las personas. Y puede que no lo
vuelvas a ver en tu vida, pero da igual, ha hecho que Metallica suene
de manera diferente, que el mundo entero suene de manera diferente, que regreses a casa con una sonrisa...y ha pasado a formar parte de tu valiosa lista de personas transparentes.
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