sábado, 19 de septiembre de 2015

Verano...no sé cómo despedirte.

Recuerdo la primera vez que fuimos a cenar. Viniste a buscarme a la puerta de casa, con el pelo recién cortado, cazadora azul marino y camisa de cuadros. Subí al coche sin saber muy bien qué decir, pero tú dijiste "qué mona", y me dibujaste una sonrisa. Yo elegí el sitio y tú la comida. Aquel día comprobé que con tus rarezas es mejor no perder el tiempo y directamente dejarte elegir a ti. Me daba vergüenza comer mientras me mirabas. Me daba vergüenza cómo me mirabas, fijamente, con esa cara de sinvergüenza que se te pone cuando me miras sin decir nada, o diciendo cosas de esas que no se pueden decir en público ni en horario infantil. Esa cara que tanto me gusta. Hablamos mucho, de muchas cosas, y nos reímos más aún. Después me llevaste a casa y nos quedamos un rato en el coche con el motor encendido, esperando a que sucediera algo para que no te tuvieras que marchar a trabajar. Me besaste, largo y lento, como se besan los protagonistas de las películas. Y cuando te marchaste al fin, yo me quedé parada ahí, pensando, que aunque no estaba preparada para reconocerlo, podría vivir en uno de esos besos durante el resto de mi vida.

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