Huele al cosquilleo que
provoca la barba de tres días cuando te roza las mejillas. A sábanas revueltas
en la cama después de una larga noche. A esas lágrimas sinceras de quien siente
amor por alguien. O lo que sea. De quien siente y no lo puede controlar. Huele a cerrar los ojos e imaginarte en otro
lugar, lejos, volviendo a vivir esos momentos que te hicieron feliz. Al nudo en
la garganta que se te forma cuando lees la muerte de uno de tus personajes
favoritos. A la sensación de falta de aire en los pulmones cuando eres tú quien
escribe y decide matarlo. Huele al brillo que tienen sus ojos a veces, cuando
me mira, sonríe, y siento que siente, y entonces todos los relojes del mundo se
detienen en ese instante. Al sonido de esa voz que te saca una sonrisa al otro
lado del teléfono, sólo por ser de quién es. A los besos que duran, que te
ponen la piel de gallina, que empiezan lentos y acaban con tanta pasión que dan
paso a todo lo demás. A despertar sin tener claro qué día es, ni dónde estás,
pero sí quién descansa a tu lado. Huele a todas esas cosas que son demasiado
bonitas como para expresar con palabras. Por eso cocíname las ganas, que mis
sueños tienen hambre. Que mi color favorito es el azul, pero tú construías toda
la paleta de colores en mis días grises. Y hoy todo es un poquito más oscuro
aquí. Sin ti.
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