jueves, 10 de septiembre de 2015

Septiembre entre líneas.



Huele a bolígrafo rojo, tinta, papel, pizarra y tiza. A bote de balón y zapatillas, al sonido del viento al acariciar las cuerdas de la canasta. Al nudo en la garganta que se te forma cuando lees la muerte de uno de tus personajes favoritos. A la sensación de falta de aire en los pulmones cuando eres tú quien escribe y decide acabar con su vida. Huele al cosquilleo que provoca la barba de seis días cuando te roza las mejillas. A sábanas revueltas en la cama después de una larga noche. A esas lágrimas sinceras de quien siente amor por alguien. O lo que sea. De quien siente y no lo puede controlar. A esos abrazos entre sueños que huelen tan bien, que tanta calma te dan. A ese "cocíname las ganas, que mis sueños tienen hambre". Huele a San Mateo, a final de verano, a cerrar los ojos e imaginarte en otro lugar, muy lejos, volviendo a vivir esos momentos que te hicieron tan feliz. Huele al brillo que tienen los ojos a veces, cuando al mirarte sonríen, y sientes que sienten, haciendo que todos los relojes del mundo se detengan en ese instante. Al sonido de esa voz que te saca una sonrisa al otro lado del teléfono, sólo por ser de quien es. A los besos que duran, que te ponen la piel de gallina, que empiezan lentos y acaban con tanta pasión que dan paso a todo lo demás. A despertar sin tener claro qué día es, ni dónde estás, pero sí quién está acostado a tu lado. Huele a todas esas cosas que son demasiado bonitas como para expresar con palabras, que te ayudan a levantarte cada mañana dejando a un lado al miedo, con la sensación de que pase lo que pase, todo saldrá bien. 

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