Ayer a la salida del colegio me choqué con una niña que iba gritando por la calle, emocionada porque
llovía. “¡Papá, llueve! ¡Qué llueva más, que llueva más!”. Su padre, un
atractivo joven de pelo despeinado y mediana estatura, lejos de hacerle
protegerse de la lluvia dejó que continuara corriendo y gritando, aún siendo
consciente de que se estaba calando entera, manchándose de barro el uniforme.
Me sorprendieron tanto ambas actitudes que no pude evitar preguntarle por qué
quería que lloviese. La pequeña se quedó parada mirándome, y me dijo con
expresión algo desconcertada ante mi ignorancia: “Porque cuando llueve
significa que mamá está bien, y nos manda besos”. Hoy me he enterado
de que su madre falleció de cáncer hace unos meses. Son los pequeños detalles
como este, con los que uno se choca en la vida por casualidad, los que nos
hacen darnos cuenta de lo tremendamente subnormales que podemos llegar a ser
las personas, al generar conflictos con otras sin necesidad, al darle
importancia a cosas que realmente no la tienen, y al no valorar a quien nos
quiere, nos respeta, y nos cuida, en lugar de demostrar lo que sentimos, y
estar agradecidos de la suerte que tenemos de tenerle a nuestro lado.
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