domingo, 3 de agosto de 2014

Lluvia.

Cuando era pequeña me enseñaron a hacer listas para tomar decisiones. Dividía el folio en dos intentando trazar la línea más recta del mundo de las líneas, aunque siempre me torcía, y en la mitad izquierda escribía las cosas positivas que podían llevarme a aceptar algo, mientras que en la mitad derecha escribía las negativas que me llevarían a rechazarlo. Me sirvió durante varios años, esos en los que uno está lo bastante ocupado con diferenciar lo blanco de lo negro como para hacer caso a los grises. Con el tiempo las listas fueron volviéndose más complejas, pasando por qué carrera quieres estudiar, en qué ciudad quieres vivir, o quieres o no que esta persona forme parte de tu vida. Ahora ya no me sirven. Ahora espero a que llueva. Miro las nubes, observo la lluvia, y siento. Dicen que cuando llueve las personas tendemos a estar más sensibles, y quizás tomar una decisión en un momento así resulte peligroso para algunos, porque el estado de ánimo hace que hagamos más caso a nuestro hemisferio derecho del cerebro. Pero cuando deja de llover el agua arrastra consigo las dudas y el desorden, y por un instante, nos sentimos libres. Y justo en esos momentos de impulsividad y vehemencia, nos dejamos llevar por nosotros mismos, porque en esencia somos exactamente eso…todo lo que queremos ser.

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