domingo, 24 de febrero de 2013

Nieve.

Nunca he llegado a entender del todo ni entenderé, qué tendrán los copos de nieve que le hacen a uno olvidarse del frío y de la pereza. De qué coño estarán hechos esos malditos algodones que caen del cielo como si se hubiera reventado ahí arriba un enorme colchón de plumas, o como si se estuviera librando la mayor guerra de almohadas de la historia. Me encantaría poder subir ahí arriba, a ver qué pasa, total, seguro que se lo pasan mejor que los que estamos aquí abajo intentando evitar una guerra que por desgracia, no será entre colchones y almohadas. Lo cierto es que pasear entre ellos me da paz. No me apetece salir a la calle cuando los veo desde la ventana, en ese momento es cuando pienso << qué bien se está en casa >>, o en el bar, o donde sea, y siento como si tuviera a mi lado una de esas chimeneas de madera que salen siempre en las películas navideñas. El cristal de la ventana está helado, y al pegar la nariz a él y respirar, siempre pinto una carita sonriente sobre el bao. Y sonrío. Pensaréis que estoy como una cabra, o que soy rara, pero eso es algo que no me pasa cuando simplemente hace frío, sólo lo hago cuando está nevando. Y cuando no me queda otro remedio que salir a la calle, y al mirar al cielo veo como los copos caen, y caen, y no dejan de caer, lentos, seguros, como si flotaran, como si volaran, y decidieran en qué lugar les apetece posarse, si sobre ese coche rojo de la esquina o sobre aquel banco verde junto al porche, me parece que tiene que haber algo más ahí arriba. Como esta noche.Tengo esa sensación, no se. La sensación de que no estoy sola. Y también sonrío. No me considero una persona creyente, lo fui, en su momento, pero la edad me ha terminado convirtiendo en alguien que le da todas las vueltas posibles (y las imposibles también) a toda duda que se le plantea, y así es complicado mantenerse fiel a una sola creencia. 

El caso es, sin irme por las ramas, que a todo el mundo le afectan de una forma especial los días de nieve. Y no me refiero a que no puedan ir a trabajar porque se corten las carreteras, a que las conexiones telefónicas funcionen mal, o a que haya más resbalones de lo habitual en las aceras, no tiene nada que ver con todo éso. Es algo diferente, algo que se respira en el ambiente, que te hace coger aire con fuerza y casi emocionarte al soltarlo, que de alguna manera te hace sentirte mejor persona, o querer serlo, al menos. Te muestra que siempre se pueden encontrar puntos blancos en cualquier oscuridad, por negra que sea, y que si nos lo proponemos, si seguimos adelante, un mundo mejor es posible. Y entre tantas buenas sensaciones, la temperatura aumenta, el blanco se funde con todo lo que le rodea, y en lugar de impregnarle de positivismo y de fuerza, desaparece, haciéndonos volver a la realidad, al día a día de accidentes en las carreteras, de teléfonos entre las manos a todas horas, sin muñecos de nieve, sin peleas de almohadas, y aunque cueste admitirlo, de nuevo, en pie de guerra.


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