Solo quedan las migajas, las miserias de un mero nombre que hoy
se cae a pedazos,
y no se escucha, salvo en el leve sonido del eco que retumba en las paredes de una vieja habitación,
con aroma cargado de humedad y de incienso mal quemado.
Que lejos de mantener mi fama,
mi aspecto vivo, reluciente, carismático,
lo dejé caer en el olvido,
consumiéndose poco a poco,
como la cera de una
vela encendida en la penumbra a altas horas de la noche,
o las gotas que mueren en la canilla de un grifo mal cerrado.
Me condené al olvido, al aparente fracaso,
desgasté la gloria y me busqué un destierro abandonado...
Pero por fin, respiro aire que no está contaminado.
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