domingo, 5 de julio de 2015

Tinta de domingo.


Era un domingo cualquiera. Primavera, estación amiga de las mariposas y de las idealizaciones pasajeras. El sol se despedía dejando el cielo cubierto de un rojo especial. Ella le observaba sentada en el taburete de aquella cafetería, algo nerviosa, pero segura de sí misma y poco preocupada. Al fin y al cabo, tenía claro que no iba a liarse con tonterías ni romances pasajeros. Dicen que el amor es adictivo, pero cuando te acostumbras a la soledad desprenderte de ella es todo un reto, porque logras que tu felicidad dependa únicamente de ti. De ti y de tus ganas de amar la vida. Entonces sucedió. Él la miró, con una sonrisa capaz de tumbar a un ejército entero instantes antes de atacar. Charlaron, rieron, y por momentos ella dejó de pensar. Se miraban con los ojos como platos mientras se contaban lo primero que se les pasaba por la cabeza. Conectaron. Pero no fue una conexión cualquiera, no. Fue una de esas conexiones que ya venía haciendo saltar chispas, de esas que tienen electricidad suficiente como para hacer sonar las alarmas de cualquier corazón oxidado. Porque eso de que el amor surge con el tiempo es verdad, pero hay ocasiones en las que con tan sólo cinco minutos puedes saber si alguien será capaz, tocando las teclas adecuadas, de llegar a tu corazón con el paso de ese tiempo. Y justamente esas oportunidades son las que no hay que dejar pasar. Poco a poco, sin querer pero queriendo, se fueron conociendo. Parecía como si se conociesen de toda la vida, y al mismo tiempo vivían situaciones de desconcierto en las que no sabían cómo acertar, ni cómo reaccionar. Un día, mientras paseaban, él la cogió por la cintura y la besó, como otras veces. Pero ella bajó la guardia. Por un momento sintió que todo a su alrededor había desaparecido, estaban solos, el y ella, en un mundo que se escapaba de su control. Y fue justo en ese momento, cuando decidió que no podía permitirse enamorarse de él.
-Tengo miedo.-Le contó a su amiga.
-¿Miedo de qué?
-De volver a sentir.
-Mas vale sentir la intensidad de una emoción arriesgada que no sentir nada y estar muerto por dentro.
Y era cierto. Es cierto. No hay miedo más poderoso que el vacío. El que no sabe ni a dulce, ni a salado. El que ya no ríe, ni llora. El amor implica valor. Y la vida está hecha para los valientes que aún en las batallas perdidas siempre encuentran una victoria. Así que una vez más, ella cubrió de ilusión sus cicatrices, y simplemente, se dejó llevar.

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