martes, 20 de abril de 2010

Pequeños detalles, grandes sensaciones (1ª parte)

Despertar con los primeros rallos de sol que entran por las rendijas de la persiana, y descubrir que el reloj todavía no marca las 8, que te quedan unos minutos para poder estar acurrucado entre las sábanas. Y te haces croqueta, con los ojos cerrados y sin pensar en nada, solamente en encontrar la mejor forma de disfrutar todo lo que puedas de ésos últimos minutos.

Saltar en la cama sin miedo a que los muelles se rompan, con la música a todo volumen, mientras suena esa canción que tanto te gusta, y que al escucharla te dan ganas de gritar sin parar de saltar, de saltar muy alto, hasta tocar el cielo con las manos.

Los baños de agua caliente en las largas y frías tardes de invierno, llenos de espuma por todas partes, en los que no sales de la bañera hasta que los dedos no se te llenan de arrugas, y puedes escribir con ellos tu nombre en el espejo empañado por el vapor, dibujar una carita sonriente, y que entonces se te escape una sonrisa.

Salir a la calle en plena lluvia, y saltar de charco en charco mientras sientes como la ropa empapada se te pega al cuerpo, y como el inconfundible olor a tormenta de verano inunda cualquier rincón al que vayas.

Tumbarte sobre el césped seco del parque en una noche estrellada, y mirar al cielo.

Nadar hasta perder la cuenta de los largos que llevas, dejando que tu cabeza piense en cualquier cosa que pase por ella, hasta llegar al punto en el que no piensas nada, solo sientes el agua a tu alrededor, sientes tranquilidad…sientes paz. O jugar al baloncesto, sin pensar en nada más que en eso, en jugar, teniendo la mente completamente ocupada.

Conducir. Sin rumbo, sin destino, sacar el coche del garaje y sentir que conforme vas avanzando por la carretera, ésta te aleja de todo. Te sientes independiente, te sientes libre.

La noche. Su oscuridad, su luz, su ruido, su silencio…demasiado complicada de definir, hay que sentirla para poder entenderlo.

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