Transparente, cristalina, sin peso, sin voz, sin vida, como los fantasmas que no llevan sábana. Oscuros letargos en gélidas noches de invierno, que arrastran sollozos de rabia y tristeza. Venas que tiritan, y se anudan para que el frío que soportan al dejar pasar la sangre no las haga reventar. Y esa maldita sensación de querer gritar, con todas tus fuerzas, desde lo más profundo de tu alma, y no poder, tener que quedarte callada hasta que el jodido día de mierda llegue a su fin, y puedas esconderte entre las sábanas, cerrar los ojos, que se haga el silencio...y dejar de existir hasta mañana. Pero entonces llega él, con su manto de piel suave y cálida y su abrazo de olor a calma, y por instantes, por segundos, te transmite la paz que necesitabas.
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