domingo, 30 de marzo de 2014

Stand-By.

A ver, díganme sin pensarlo mucho: ¿Dónde metemos todas las promesas que tardamos dos minutos en hacer y que, al parecer, no vamos a cumplir nunca? Porque es domingo y tengo tiempo de sobra para desmontarme y comenzar el puzzle. Tiempo de sobra para recordar que cuando algo nos llama la atención, cuando algo nos impacta, solemos tener la maldita costumbre de poner la mano en el fuego por lo que sentimos. Pero cuando los sentimientos duermen y nos quedamos solos, nos damos cuenta de que nos hemos quemado la vida entera. Y nos dará exactamente igual, porque en el fondo sabemos que volverán a despertar en cualquier momento para tocarnos los cojones. Así, hablando claro y mal, que para hablar bien ya están el resto de días de la semana. Domingo. Y vuelta a empezar. El caso es que justo ahora, justo hoy, han decidido tomarse la tarde de siesta, y tengo tiempo de sobra para pensar en todo el daño que nos hacemos a causa de desear querer a los demás por encima de nosotros mismos. Así que cierro los ojos y me duele ahí donde tus manos, en algún momento, alguna vez, me hicieron sentir que nunca te irías. Justo ahí. Y te aseguro que es una auténtica putada que la piel no sufra alzheimer emocional, o que las farmacias no vendan anestesia a granel, al menos. Lo digo hoy, y lo diré siempre. Lo malo no es tropezar. Lo malo es que te guste la piedra.


viernes, 28 de marzo de 2014

Díganle que hace tiempo, que nos sobran los motivos.

Si le ven díganle que no estoy, pero que tampoco me he ido. Díganle que me escondo en el abismo que supone la distancia entre su cuerpo y el mío. Que no sé cómo sumar las letras que firman la paz entre las ganas de tenerle y la necesidad al mismo tiempo de apartarme. Y díganle también, que me gusta la forma en la que sujeta el asa de la mochila, y cómo se abrocha la cremallera con esas manos llenas de venas. La manera en la que se revuelve el pelo mientras camina, sus maneras, y todo ese remolino que forma cuando se acerca. Cómo sujeta las copas y las botellas, como viene y se va y vuelve a venir y desordena…eso no me gusta, me desconcierta. Díganle que me encanta cómo viste, y también cómo desviste, aunque eso no sé si me gusta o sólo me lo imagino. Cuando se viste de esa extraña timidez que le sonroja, cuando se inquieta y no sabe ni lo que dice, ni lo que calla, ni lo que cuenta. Díganle que me enamora cuando sonríe. Y es que no sé que tienen esas comillas que se le forman a los dos lados de la cara, pero esa, su boca, es mi cita favorita. Que no me de dos besos, que no me gusta. Que estuve a punto de matarle justo en el momento en el que me quedé sin tinta, que a veces inspira, aunque no quiera. Que las apariciones involuntarias en mi cabeza, la cara que veo en sus fotos y la que pone cuando me mira, las incomodidades de orgullo que pueda provocarme, son algo con lo que ya cuento. Y díganle, ya que estamos, que haga el favor de formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que le ponga el camino, que haga el favor de hacerle competencia a cualquier amanecer desde mi ventana. Díganle que no estoy, pero que tampoco me he ido. Díganle que hace tiempo que me sobran los motivos.

miércoles, 26 de marzo de 2014

El Silencio.

El silencio es la consecuencia inevitable de todas las alternativas que existen a saber qué decir, cuando decirlo y de qué manera se debe de decir. Y si las luces están apagadas, y si todas las puertas y ventanas están o no cerradas, y si las agujas se detienen siempre en el mismo punto y el péndulo parece subir más de la cuenta cada vez que tú pasas frente al reloj...pero nunca se para, siempre vuelve a bajar, y a subir, y a bajar, y a subir...siempre el mismo espacio. Tiempo, espacio, velocidad, todo sucede al mismo ritmo, todo es tan frustrantemente anodino y constante que hay veces que hasta me mareo solo de pensar en cuándo cambiará, en cuándo llegará el momento en el que el mecanismo reviente haciendo saltar todas las piezas en todas las direcciones posibles, como si la arena de todos los relojes del mundo rompiera las olas y colmara los mares absorbiendo la inmensidad del agua de golpe. El caso es que a veces creo que hablo demasiado poco hacia afuera y demasiado mucho hacia dentro, pero no puedo evitarlo, siempre me falla una de las tres. El qué, el cuándo, o la inseguridad que desprende el que lo que vaya a decir me desnude el alma de pies a cabeza. Por eso tiendo a tirar de silencio y listo, no me complico. Pero llega un momento en el que uno acaba entendiendo que esperar algo o a alguien es como callarse, y que a veces hay lugares, y hay personas, a las que no llegan los trenes, y no queda otra que romper el silencio a gritos y caminar, aunque le demos mil vueltas a cada paso y a veces temblemos por miedo a patinar en el intento. Que hay quienes no llaman a la puerta, quienes entran directamente y se sientan a tu lado sin avisar. Que las personas son más de lo que dicen, y lo que callan hay que aprender a escucharlo con el tiempo. Y no hay tiritas para algunas heridas, ni suficientes ojos bonitos en el mundo para olvidar que aunque quizás no lo sepas los tuyos, tus ojos, tendrían permiso para quedarse en mis cicatrices el tiempo suficiente como para ver más allá de lo que yo nunca supe enseñar. Pero llega un momento en el que uno se cansa del miedo y del silencio, porque para bien o para mal se vive sintiendo, porque aunque nos cueste admitirlo no hay otra forma de ser feliz, y porque al menos yo he llegado a la conclusión de que no quiero que me quieran en silencio, ni quiero que me quieran mucho. Quiero que me quieran bien.



domingo, 23 de marzo de 2014

Acaba lo que empiezas.

Elabora listas. Llévate una libreta de notas a todas partes. ¿Tienes una idea? Anótala. Practica la escritura libre. Deja de castigarte a ti mismo. Relájate, haz deporte, canta en la ducha, toma café, solo y acompañado. Descubre nueva música. Mantén una actitud abierta, rodéate de gente creativa y no tengas miedo de conocerla. Suelen merecer la pena. Escucha, colabora, no te rindas. Practica, practica, practica…Permítete cometer errores. Viaja a lugares diferentes. Crea tu propio plan de trabajo, procura mantener ordenado tu espacio dentro de tu propio desorden. Enumera tus virtudes, poténcialas, explótalas. Descansa adecuadamente, asume riesgos. Rompe las reglas. No fuerces las cosas, deja que fluyan, deja de intentar ser perfecto. Diviértete haciéndolo. Disfruta de cada momento y ten paciencia, lo bueno se hace esperar, pero llega. Y sobre todo...Acaba lo que empiezas.


viernes, 21 de marzo de 2014

21 de Marzo. Para Jessica y Anónimo.

Realmente creo que he escrito bastantes veces sobre lo que me pedisteis, sin pensarlo. De todas formas, mis libros cuentan una historia parecida, no sé si los habréis leído, pero creo que os pueden gustar. Aquí tenéis lo que me ha salido al leer vuestra idea, aunque quizás no encaje del todo con lo que tengáis en mente…aún así espero que os guste, y como siempre, gracias por leer-me. :)


No soy capaz de recordar en qué momento dejamos de ser dos desconocidos para convertirnos en conocidos, ni cuándo dejamos de serlo para comenzar algo parecido a una amistad. Tampoco sabría decir cuándo ese proyecto de amistad paso a algo más, y cuándo ese algo más se convirtió en eso que despierta en uno la agradable y a su vez desconcertante sensación de "dónde habrás estado todo este tiempo", o "no sé de quién habrá sido la genial idea de que tú y yo volviésemos a respirar el mismo aire".  Me gusta su sonrisa. Me gusta desde siempre, desde la primera vez que le vi, le di dos besos y me dijo su nombre. No sé qué es lo que tienen esos hoyuelos, pero cada vez que sonríe me dan ganas de sonreír a mí también. Me gusta la forma en la que se sujeta la mochila cuando camina. La forma en la que camina, sus maneras, esa sensación de que a su paso alguien va extendiendo una alfombra roja y miles de flashes le deslumbran por el camino que pasa. Me gusta cómo viste, y cómo se desviste, aunque eso no sé si me gusta o sólo me lo imagino, de momento. Me gusta su voz. Su voz y su forma de hablar, su forma de expresarse, me da tranquilidad, me genera confianza…me da paz. Me gusta cómo se revuelve el pelo, me gusta su pelo, despeinadamente peinado, sin orden ni gobierno y ordenado al mismo tiempo. La música que escucha. Mi música, es mía, no sé por qué tiene que escucharla él también…aunque eso también me gusta.  Me gusta cómo desplaza sus dedos sobre las teclas del ordenador. Me gustan sus manos llenas de venas, y lo que es capaz de hacer con ellas. Sus ideas, su creatividad, esa facilidad que tiene para crear un algo de la misma nada, esa imaginación que le desborda por los poros de la piel y esa osadía que muestra ante la hoja en blanco. La inspiración que me transmite, que hace que cuando escribo versos sea mi mejor excusa para darles melodía. La sensibilidad que deja ver tras la armadura y la máscara, a veces. Me gustan sus ojos, o más bien su mirada, cómo me mira. Sus buenos días, y sus buenas noches. Sus besos. Y su forma de besar. Me gusta, me gusta mucho, aunque nunca tenga la certeza de volverlos a probar. Me gusta verle, y que me apetezca verle, a pesar del miedo. Cuando le veo se me pasa. Su discreción, y su engañosa timidez, que no me la creo, pero a veces no soy capaz de adivinar lo que hay detrás de ella, lo que le pasa por la cabeza. O por el alma, que al fin y al cabo me interesa más. Me importa más. Eso no me gusta tanto…para qué engañarnos, eso no me gusta nada. Y es que hay veces que se expone sin censuras y veo amaneceres en sus ojos, pero en cambio hay otras en las que cierra los museos y sólo deja abiertas las tabernas nocturnas, las oscuras y frías calles y algunas avenidas sin nombre, o con nombre de guerra. Y en las letras de su nombre es donde encuentro yo sentido a las letras de los versos que de vez en cuando escribo, que sin querer suenan a él. Y me viene el desconcierto, las dudas, tiemblo de frío. Que es cierto que a veces no es blanco, ni negro, pero cuando los grises comienzan a hacerte retroceder lo mejor es ser sincero. Y si ser radicalmente sincero es lo más parecido a caminar borracho sujetando un jarrón de porcelana china…que camine, que si hace falta, yo me encargo de recoger los pedazos. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Diezynuevedemarzo.

Él siempre ha sido hemisferio izquierdo en su estado más puro. Tanto que hasta si le conoces de verdad puedes apreciar la belleza íntegra y natural que desprende su pragmatismo, su forma de analizar, de categorizar, de manejar cada situación con tal absoluto control que hasta pone los pelos de punta, a veces. Ordenado, lógico, estratégico. Él es así. Exactamente quien es. No le hables de  lágrimas ni de reír a carcajadas, no interpretes melodías dibujadas en pedazos de papel ni pretendas que encuentre ningún tipo de encanto en la intuición improvisada, en el desorden creativo o en la impuntualidad a pinceladas, porque generalmente no lo entiende, y aunque lo entienda, no es capaz de exteriorizar absolutamente nada. Háblale con ecuaciones, con esquemas, con problemas que resolver o con símbolos que interpretar. Háblale con números. Una parte de mí le admiraba tanto, que siempre buscó seguir sus pasos…me ha costado tiempo entender que caminábamos en dirección opuesta, que sólo era una forma de alejarnos. Porque querer en tu vida a una persona desde el sentimiento más profundo de tu alma no significa que tengas que pensar siempre igual que ella, porque hay realidades que no cambian sea diez y nueve de marzo, catorce o veintitrés, porque cada uno es como es, y en el fondo, a día de hoy, creo que puedo decir que soy todo lo que quiero ser...exactamente igual que él.

martes, 18 de marzo de 2014

Sumando letras.

Ha dicho que le importo, y luego se ha quedado callada. Se ha quedado callada mirándome, y yo he temblado, porque no hay nada que me de más pánico que la responsabilidad de volver a tratar con un corazón desnudo. Ella dice que le importo y yo me quedo sin palabras, y es que creo que me importa, y me odio a mí mismo porque el miedo no me deja hablar las cosas claras. Exteriorizar en condiciones, más allá de una conversación entre pantallas o de este pedazo de papel. Y es guapa. ¡Vaya que si es guapa! Pero guapa a su manera, por fuera, sí, pero más por dentro, guapa en todos los sentidos. Quizás sea eso lo que me asuste, no lo sé. Tiene los labios pintados de todos los besos que le daría, y aunque ella no lo reconozca su boca me los pide a gritos cada vez que la veo. Pero lentamente, como si le curase una herida, con esa maldita dulzura que me sale a veces con ella, con delicadeza…al principio, claro. Luego ya no respondo. Y si os hablase de sus ojos…¿Habéis visto alguna vez el mar cuando anochece? Cuando el agua se vuelve verde y marrón, oscura y clara al mismo tiempo, y el viento peina las olas en la bahía de La Concha. Te entran escalofríos solo de pensar en sumergirte en ella y recorrerla entera, tan profunda, tan inmensa e inagotable. Así son sus ojos. El problema en todo esto es, que yo aún no he aprendido a sumar algunas letras ni a decirlas en voz alta. "A mí también me importas", o “Yo también te quiero en mi vida” sería un buen comienzo, por ejemplo. Pero no me sale decirlo. Y no es culpa de mí orgullo, esta vez no. Esta vez sucede que soy un cobarde. Cojeo cuando bailo con alguien que me sonríe, aunque ese alguien vea mi sonrisa como la más bonita de toda la pista de baile. Sólo puedo esperar que ella no lo entienda, y que insista. Que insista hasta que ya no tenga fuerzas para acumular silencios. Que me persiga hasta un callejón sin salida y que en medio de todo este sin-sentido me de un abrazo. Y entonces, quizás entonces, pueda acercarme a su oído y susurrarle: Yo también.



domingo, 16 de marzo de 2014

Enhorabuena, Laurita. :)


Sólo tenía siete años la primera vez que le vi pasarse un balón entre las piernas, hacer un reverso, y entrar a canasta por la izquierda. Todo seguido, como ella decía, sale mejor. "Si no me lío". Minutos antes su padre había estado sentado junto a ella en uno de los bancos de madera del polideportivo, intentando enseñarle a atarse los cordones de las zapatillas, mientras su madre le cambiaba el enorme lazo granate a juego con el uniforme del colegio, por uno del mismo azul que la ropa de deporte. Por aquel entonces ya comenzaba a rasgar sus ojos si quería ver algo que estaba lejos, aunque cuando juega parece ver mejor que todos los demás niños juntos. Era pequeña, muy pequeña, en realidad, demasiado quizás para en un primer momento pensar que podría llegar a jugar con niñas de tres años más que ella, con más altura, más cuerpo...pero no más carácter. Cuando Laura salía al campo cambiaba. No era la misma niña tímida, que miraba al suelo y juntaba sus manos estirando sus brazos hacia abajo con ese "no sé" que casi ni se escuchaba. El balón le pesaba, pero en sus manos parecía ser de pluma. La canasta estaba alta, pero cuando el balón se deslizaba por la red y acariciaba las cuerdas, bajaba. Explicas algo, y lo entiende, no lo explicas, lo ve, y también lo entiende, incluso a veces sin verlo le sale, lo lleva, lo tiene. Corre cuando tiene que correr, bota cuando tiene que botar, defiende, piensa, y aunque parezca imposible, con tan solo diez años ya empezaba a leer juego, y ahora, con doce, lee. Laura lo hace, y lo hace bien. Y puede que con el paso de los años no le apetezca entrenar más con quien no tiene su edad, incluso puede que le deje de gustar el Baloncesto, se haga mayor, y prefiera otras cosas. Pero para mí siempre será lo mejor que en los últimos años he visto en ese patio de colegio. Y en parte, gracias a ellas. Porque le dieron la oportunidad de crecer como jugadora y como persona, porque continúan haciéndolo, y porque han puesto su granito de arena para que Laura disfrute de una de las experiencias más bonitas para alguien a quien le apasiona el Baloncesto. Y cuando con el paso de los años, esté donde esté, mire hacia atrás, podrá sentir ese hormigueo en el estómago que se genera al recordar: Yo estuve en ese campeonato de España de Baloncesto.


sábado, 15 de marzo de 2014

Tan cerca y tan lejos.


Qué difícil es asumir que cerca y lejos pueden ir cogidos de la mano, en el mismo lugar, y al mismo tiempo. A veces uno se propone alejarse, y sin embargo no puede evitar esa inercia impulsiva y vehemente que no sabe ni de dónde le sale, de querer acercarse. De pronto vuelve a hacer frío, y aunque sintamos que esa necesidad de entrar en calor tiene nombres y apellidos retrasamos un día más la mudanza en dirección al paraguas que sostienen unos brazos que no son los nuestros. No nos decidimos a saltar sin paracaídas, en parte porque somos un completo desastre a la hora de exteriorizar sin utilizar excusas como escudo y armadura del alma, y en parte porque sabemos que si no nos cogen, nos condenarán a una caída que nuestro orgullo, nuestro miedo y nuestras cicatrices no están dispuestos a soportar. Mientras tanto nos asomamos a la ventana, pensando en uno de esos "Te juro que he intentado recuperar la cordura que me olvidé en tu sonrisa cuando te vi sonreír por mí, pero no puedo". Que hay sonrisas, hay abrazos, y hay besos que apagarían todas las estrellas que somos capaces de contar en el cielo de la noche, y que podrían hacer salir al sol en plena lluvia, en cualquier momento. Que se puede sobrevivir con la respiración acelerada tras dejar de correr, olvidar las prisas por llegar pronto y disfrutar del momento, pero que es complicado correr en círculos continuamente sin cansarse. Por eso aunque a veces llueva, soy de las personas que piensa que ya queda poco para que se acabe el invierno, que la primavera traerá un sol que no habrá quien lo apague, que todo lo que estorbe, para bien o para mal lo terminará arrastrando el agua por las alcantarillas. Y entre tanto te vas a dormir dejando que sean las sábanas quienes te arropen, y cierras los ojos como el creyente que reza a su dios en busca de respuestas, con la esperanza de que los sueños sean capaces de encontrarlas, pero que aunque sea sólo por unas horas la sobredosis de inspiración te deje descansar. Que sí, que  el que escribe es uno mismo, pero no elige la droga que le remueve la tinta por dentro: A días tan cerca, y a días tan lejos.






viernes, 14 de marzo de 2014

Dolor, e inspiración.

Acabo de leer en alguna parte, no me preguntéis a quién ni dónde, que los escritores inconscientemente buscamos el rechazo como forma abstracta del dolor que nos inspira. Y una mierda. Eso no es verdad. Yo no necesito dolor para inspirarme, es más, huyo del dolor continuamente, creo que sería demasiado sádico, incluso enfermizo, disfrutar de ese estado de flujo melancólico que uno vive cuando está sufriendo. Que sí, que la tinta salada que brota de nuestras entrañas, y a veces hasta rebosa nuestro interior viendo la luz por nuestros ojos es de la más pura e íntegra que podemos encontrar, pero hasta qué punto merece la pena, y qué necesidad hay de pasarlo mal para escribir. En todo caso la lectura se hace al revés: Escribo mientras lo paso mal, a ver si el trago se hace menos amargo. Pero lo cierto es que así pensamos a veces, los seres humanos. En lugar de hacer un esfuerzo por revivir las cosas bonitas de la vida, por acercarnos a aquello que sabemos con certeza que nos va a hacer bien, nos estancamos en lo malo, en las desgracias propias, o ajenas, y nos embargamos de una pena que no tiene por qué ser necesaria. De un tiempo a esta parte me he dado cuenta de que hay personas que inspiran, que simplemente generan en uno mismo la necesidad, o más bien el sentimiento, de escribir sobre cualquier cosa con una fluidez aplastante. Esas son las verdaderas fuentes de inspiración, porque suscitan sentimientos de manera involuntaria, tanto por su parte como por la nuestra. Y por mucho que intenten convencerme nadie va a conseguir hacerme creer que uno puede obligarse a sí mismo a sentir para inspirarse. Sin embargo sí que puede pensar en quien le hace sentir y le genera inspiración. Somos escritores, no actores, y precisamente ahí está la diferencia entre nosotros: Ellos interpretan lo que nosotros creamos. Ellos fingen sentimientos cuando actúan, nosotros no podemos. Cuando escribimos, sentimos de verdad.


martes, 11 de marzo de 2014

Margaritas de pétalos impares.

No le gustaban las flores. Tampoco es que le disgustaran, simplemente no entraban dentro del tipo de adorno que elegiría para abarrotar el balcón de su casa, o como regalo que le gustaría recibir en una fecha especial. Un día cualquiera él apareció sentado en el banco frente a su portal con un ramo de margaritas, que posiblemente habría sacado del parque de al lado o del jardín de la rotonda de la esquina. Pero eso era lo de menos…al igual que el día, la hora o el lugar. "No hace falta que las deshojes."- Le dijo con una de esas sonrisas cuyos hoyuelos hacen salir al sol hasta en plena noche.-"Todas dirán que SÍ". Siguen sin gustarle demasiado las flores. Pero deshojar margaritas con número de pétalos impares se ha convertido en una de sus aficiones favoritas.


lunes, 10 de marzo de 2014

Mucho.

No tuvo tiempo de pensar. Quizás no podía, así que se dedicó a mirarla. Le gustaba mirarla, algo en su interior le decía que era de esas personas que a uno le gusta mirar siempre. Desprendía una belleza  natural, imperfectamente perfecta. Era preciosa. Más que esas chicas que salen en las portadas de las revistas, sólo que ella no lo tenía del todo claro. Y mejor así. Ninguno de esos cabrones que iban detrás conseguiría llevársela a la cama mientras no se diera cuenta.
-¿Sabes que eres preciosa?-Dijo sin pensar. Algo se revolvió en su interior, haciéndole arrepentirse al instante de sus palabras, como quien revela un secreto en un momento de debilidad a su mayor enemigo. Ella se quedó quieta, callada, observándole. Él no podía ni parpadear. Transcurrió un minuto entero, o varios, quién sabe cuántos si todos los relojes del mundo parecieron detenerse durante aquel tiempo indeterminado. Hasta que ella por fin rompió el silencio, se mordió el labio inferior, lo que le hizo parecer más preciosa todavía, y dejó que las palabras salieran de su boca.
-No puedes decirme eso.
-Sí que puedo. Es la verdad. Me gustas. Me gustas mucho.
-Aunque lo fuera. No me conoces.
-¿Y?
-¿Cómo que  "y"?
-Pues que eso no tiene ninguna importancia.
-¿Por qué?
-Porque tiene solución.
Sus miradas se cruzaron de nuevo, hasta que ella dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección opuesta. Entonces él gritó su nombre, haciendo que detuviera sus pasos y se girara de nuevo. Tras unos segundos acumulando silencios, en los que sus miradas hablaban solas, él dio un único paso hacia delante, y sin dejar de bañarse en sus brillantes y sugerentes ojos, susurró: "Podría darte muchas más razones. Pero sobre todo, me gustas por todo lo que escondes, por todo lo que callas. Me gustas por todo lo que tienes que crees que te falta."




viernes, 7 de marzo de 2014

Daniela.

No es cobarde. Tiene miedo. Sabe que tiene que hacerlo, pero sólo la idea de tenerte de nuevo frente a ella le provoca escalofríos. Que por perderte se haya perdido a sí misma, eso no te lo perdona. No te perdona haberse empujado a quererte sin remedio y a saltar por un precipicio, aún sabiendo que no llevaba paracaídas…porque tú también lo sabías. Te habría hecho el amor a poesía hasta quedarse sin palabras, pero ya la ves. No lleva ni un sólo condón en la cartera. Ahora sólo sabe escribir con tinta salada y transparente, para poner punto y final a algo que ojalá no hubiera terminado nunca…o comenzado. Ya ni sabe. No le quedan fuerzas, ni ganas, ni lágrimas para decirte adiós. sólo va a escribir todo lo que no deberías haber vivido entre sus piernas, para que te des cuenta del mundo que has destruido. Del daño que le hiciste. Que aún le haces. Y lo más triste de todo es, que le llevará tiempo borrar de lo más profundo de su alma ese absurdo sentimiento de que nadie sabrá cómo curarte, cómo tratarte. Nadie mejor que ella. Ella, que te conoció después que muchas, y descubrió a base de tiempo, de ganarse tu confianza, secretos que en tu jodida vida serás capaz de contar. Ella, que ha medido la longitud de los dedos de tus manos en su rostro, la presión de tus venas cuando gritas y hasta el sabor de su propia sangre en tus nudillos. Que se lleva cicatrices en su cuerpo, en su mente y en su alma, que no hay noche en la que no tenga pesadillas y despierte de madrugada entre sábanas mojadas. Ella, que hubiera nadado mares enteros y atravesado las más altas y firmes montañas, deshaciéndolas piedra a piedra por uno sólo de tus abrazos, que le olían mejor que cualquier otra cosa. Porque olían a ti. Ella, que a pesar de todo el odio, todavía te quiere, a su manera. Qué le van a decir de ti que no sepa, a ella, a estas alturas. Qué mierda le van a venir a contar si es ella la que estuvo ahí, la que ya no está, y la que aunque le duela, no volverá a estar jamás. No lo entendéis, ni lo vais a entender. No tenéis ni idea. No sabéis nada.



jueves, 6 de marzo de 2014

Un año más. Y buenas noches.

Ahora que está acabando el invierno, aunque el frío nos agobie y la lluvia no parezca tener muchas ganas de desaparecer por el momento, vuelvo a pensar que mirar hacia atrás con la intención de encontrar explicaciones puede ser uno de los errores más dolorosos que cometemos los seres humanos. Que lo que pudo haber sido, no hace balanza con lo que fue, y que si hay que quedarse con algo yo ya he elegido. Y eso es lo peor de este invierno, que viene a recordarnos de continuo que lo que pudo ser nunca será, pero que lo que ha sido, será lo mejor que nos queda, y eso es un tesoro que nunca nadie podrá arrebatarnos. Y nosotros mañana despertaremos una vez más, y seguiremos respirando por millonésima vez, pero creo que tras este año de suspiros hay que empezar a cerrar la puerta con llave cuando nos vamos todos de casa, a cocinar para uno menos, a no dejar la radio encendida por si te levantas de la cama, a hacer que tu habitación deje de ser tuya, como si cualquier día fueses a aparecer de nuevo en ella tras darme las buenas noches. Ha llegado el momento de asumir que ya te has ido, que las pérdidas son necesarias. Y ni vas a volver aquí, ni el invierno va a dejar de existir, ni nadie va a dejar de echarte de menos.

Buenas noches, allá donde estés. Hoy, y siempre.



martes, 4 de marzo de 2014

Políticamente correcta.

Dicen que todo lo bueno se acaba, pero yo me resisto a creerlo. Las historias que merecen la pena no tienen comienzo ni fin. Como el infinito, por eso, entre otras cosas, me gusta tanto. Arbitrariamente uno elige el momento de la experiencia desde el cual mirar hacia atrás o hacia delante, y aún así hay ocasiones en las que no está en nuestras manos decidir. Que simplemente es así, sucede así. Se siente así. Hay, a veces, personas de las que la distancia no nos puede separar por mucho que se empeñe, y no me refiero sólo a la distancia física, también a la distancia psicológica, la que nos creamos como barrera anti-todoloquepuedallegaramialma. Hay besos que duran incluso mucho después del roce, escalofríos provocados por el calor de un abrazo, sonrisas de esas llenas de dientes y de hoyuelos que podrían hacer salir el sol y acabar con toda esta lluvia ahora mismo. Últimamente tengo la sensación de que el camino largo también puede ser el correcto. Que por una vez, la felicidad no depende de llegar a ningún sitio, sino de disfrutar del lugar en el que estamos. Sólo hay que cerrar los ojos. Cerrarlos con fuerza y acordarse de lo bonito. Del instante, del detalle, del momento. Que hay que dejar que lo urgente se haga a un lado y deje paso a lo importante, que no se puede vivir como aquel que no recordó darse una nueva oportunidad para ser feliz. Y cuando la vida no nos de motivos para ello, cuando vengan días en los que tengamos que cosernos la sonrisa, agarrarse a la esperanza. Agarrarse con fuerza a las ilusiones. Y seguir. Seguir, parar, tomar aire. Respirar. Mojarnos bajo esta lluvia y en lugar de acumular silencios gritar con todas nuestras ganas. Y nunca, nunca creer que las cosas que se derrumban no pueden levantarse de nuevo. Nunca creer que lo triste durará más que nuestras fuerzas. Quizás el problema sea que miramos el cielo por la noche y nos parece que ya no quedan suficientes estrellas. Que algo se apagó hace tiempo y que nada luce igual. Pero no podemos olvidar cómo hacer brillar nuestros ojos, ni negarnos la posibilidad de que alguien nos ilumine. Que nadie nos quite nunca el derecho a iluminar un poquito a los demás. Que nadie nos quite el derecho a dejar que el mundo nos ilumine a nosotros.

lunes, 3 de marzo de 2014

Políticamente incorrecta.

Se me olvidaba decirte, que tengo unas ganas de hacerte el amor que no te las puedes ni imaginar. Que más de una vez me ruborizo al pensar sin querer que quiero hacer el amor contigo, aquí mismo, en mitad de la calle, entre las sábanas de mi cama o en las escaleras de cualquier portal. Que me muero de ganas por desnudarte, desabrochar todos esos botones de tu camisa y hacer el amor con pasión, como si el mundo fuese a terminar mañana mismo, hasta que nos falte el aire, hasta que no podamos más. Sentir tus besos como si no te hubiese besado antes, como si nunca hubiese besado otros labios que no sean los tuyos. Acariciarte como si mis manos jamás hubieran conocido otro cuerpo, pero dándoles permiso para actuar con la experiencia que les caracteriza en saber tratar a una mujer. Sentirte, y sentirte de verdad, sin vergüenza, sin pudores, sin miedo a lo desconocido, a lo que venga después. Mirarte como si fueses única y no hubiese nada más alrededor, y que me mires como tú sabes mirarme, haciéndome creer que seríamos capaces de vivir en una cama durante el resto de nuestra vida. Que al final el fuego quema, que estoy harto de quinielas, que me cansa el juego. A la mierda la lotería, quiero que me toques tú.



sábado, 1 de marzo de 2014

Sobre llorar y hacer el amor.

El otro día escuché decir a un actor que para él las dos escenas más difíciles de rodar eran aquellas en las que tenía que llorar, o hacer el amor. Me pareció un poco contradictorio en un principio, pero pensándolo bien, tiene sentido. Reír a carcajadas, enfadarse hasta enrojecer de rabia, un grito de desesperación, una escena de sexo en un coche o en las escaleras de un portal, un beso bajo la lluvia o una buena bofetada, poner cara de preocupación, de alegría o de nostalgia...en definitiva, cualquier otro estado de ánimo, sentimiento o acción pueden ser asequibles a la hora de interpretar, de imitar modelos, de dar forma. Pero cuando lloras, o cuando haces el amor, es muy complicado ponerse en la piel del personaje, y al final, aunque no quieras, acabas siendo tú mismo. Y puede que los demás no lo sepan, que ni se lo planteen en ese momento, pero se trata de algo demasiado íntimo como para que uno pueda sentirse igual de cómodo desnudándose delante de quien elige que delante de otros actores, ante los ojos de los focos, de las luces y las cámaras. Porque querer acostarse con una mujer no es lo mismo que querer levantarse con ella, porque hay quien cura la piel del cuerpo pero no la que recubre el corazón, y porque cuando uno llora, o hace el amor, se desnuda en cuerpo, mente, y alma.